Por Pavla Ochoa
“Todo buen
dibujante debe tener gatos. Alberto Breccia, que fue un maestro, decía que
cuantos más gatos tengas, mejor dibujás. Tenía 14...”
Carlos Nine
Nada volverá
a ser lo que era. La casa está diferente. Irma, no para de extrañarlo, pero
otra parte de la familia, los integrantes felinos, también.
Extrañan a
ese hombre, puntilloso, muy ordenado, muy esquemático y amante de la limpieza
en su hogar. Extrañan ese amor que se manifestaba en esas manos cuadradas, enormes,
toscas. Manos de tripero.
Ellos, solían
dormir bajo los rayos de sol que traspasaban el ventanal, que daba al jardín
del fondo. Él los amaba, eran parte de sus días.
La rutina comenzaba
temprano a la mañana cuando Alberto, se levantaba. Tomaba unos mates con su
compañera de vida y antes de subir a dibujar a su estudio, les preparaba la
pajarilla de bofe. Luego se las servía a cada uno en su plato, y ese olor que invadía
la casa era la señal para que coman.
Ya en su
taller, los tangos en la radio, el humo de cigarrillos, los mates y ellos
caminando por la mesa de trabajo, era la moneda de cada jornada en Haedo. Ellos y Alberto, se entendían.
A él le gustaba acariciarlos, dibujarlos en su tiempo libre. Lo hizo siempre. Con la primera camada de felinos, donde estaba el prócer de la casa; Mariano, Malvina, Pata Tubito y el gato negro de su hijo Enrique. A Pipiolo le gustaba mucho dibujarlos. A “Mariano”, uno de sus favoritos que tenía como 20 años y que era de Cristina, lo dibujo una vez, de espalda haciendo kata con su panza que no paraba de crecer. Se divertía mucho con ellos. Con esta nueva camada, también se divertía. Trabajaba con ellos y luego bajaba a comer al mediodía y les dejaba otro poco de comida en sus platos, una vez más. El amor que se tenían era muy grande. Les limpiaba todo, los cuidaba, era casi una manía recíproca. Si no estaba alguno, durmiendo sobre la silla, y si lo había, elegía otra, para no molestarlo. Los adoraba.
Llegó a tener alguna vez, diecinueve en su casa, en los últimos años, solo ocho. Fueron su familia. Quizás ahí reside la causa de lo que está sucediendo después de ese triste miércoles 10 de noviembre. Luego que Pipiolo, falleció murió una gata. Cuando fue el veterinario, determinó que la causa fue un paro cardiaco. Al otro día otra gata murió y así murieron casi todos, cada día. Solo sobrevivió; Margarita. Irma, no tiene duda, la causa es el dolor que le causó la muerte de Alberto.
La silla
esta vacía, en el estudio de trabajo. Nada volverá a ser lo que era.
Nada.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-26188-2012-08-20.html
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