martes, 4 de febrero de 2025

Cacho Mandrafina y las enseñanzas del viejo Breccia

 Por Pavla Ochoa

Su voz retumba en el salón de IDA. Escucha cada palabra del viejo, como si fuera la biblia de la historieta con sus mandamientos; “Es importante la observación. Fíjense siempre en las caras de la gente, en el subterráneo, en el ómnibus. Toda la gente es diferente. Miren las caras de la gente, porque siempre dibujan las mismas caras y la gente es toda distinta. Cada individuo es una unidad”.

Lo escucha como quien repentinamente tiene sed. Él es en sí mismo la historieta. Siente que le está brindando su propia historia en cada consejo; “Cualquier cosa es buena para dibujar. La tinta china, el café, la ceniza con agua, los pinceles, las hojitas de afeitar, las pajitas de escoba. Yo dibujo con cualquier cosa”.

Les muestra unas páginas originales, se siente la tinta, la sangre en cada cuadro. Y ahí mismo, delante de todos, se moja uno de sus dedos con saliva y arrastra la tinta en una hoja. Cacho, se lo imagina haciendo eso mismo en algunos de los bosques de Mort Cinder.

Trata de guardar todo en su memoria. Lo admira desde pibe cuando leía a Vito Nervio. Le llamaba la atención ese dibujante que sobresalía sobre el resto. Ahora parece otro tipo por la versión que está haciendo de El Eternauta para GENTE, pero justamente la versatilidad del viejo es lo que le encanta.




Pipiolo no para de marcarles algo que el joven no va a olvidar, nunca; “Dibujar una historieta es similar a ser un director de cine. Con la diferencia que también somos responsables directos del vestuario, la escenografía. Debemos pensar donde debe colocarse la cámara, entender el argumento. Son importantes a la hora de dibujar la narración, el clima y los personajes”.

Le gusta lo que está viviendo. Es una esponja que absorbe todos los conocimientos. Antes de entrar a al salón del Instituto de Directores de Arte, el joven pensaba que los tiempos de la historieta se habían acabado. Algo lógico para alguien que había crecido leyendo lo mejor de las aventuras a cuadritos. Su padre, pese a no terminar la primaria, leía todo lo que caía en sus manos. Y le enseñó a hacerlo, a los 3 o 4 años, leyéndole “Chapaleo”, la historieta de Eduardo Ferro que salía en La Razón. Así fue como creció siendo un fanático del papel impreso, y de la historieta.

 Luego, pasó a leer policiales y empezó a trabajar en un Estudio Contable y en tiempos libres, hace dibujos, garabatos en los apuntes como los que uno hace en un papel cuando habla por teléfono. Hace mucho que no lee historieta piensa que está acabada. Ahora frente al viejo, siente que se le volvió al cuerpo y comienza soñar con ser un dibujante profesional.




 Y ahí está, escuchando el sarcasmo de su maestro para los intelectuales que llaman literatura dibujada a la aventura a cuadritos; “Así como está la camisa y la camiseta, está la historia y la historieta. La historieta es historieta”. De repente se pone serio y les habla con el corazón en las manos; “Esta es una profesión dura, quien esté dispuesto a dibujar con las tripas será dibujante, quien no esté dispuesto que se dedique a otra cosa”.

Les da algunos nombres de libros y les menciona que deben documentarse no solo con fotos o dibujos, sino que también lo pueden hacer con la literatura; “De ahí se puede extraer conocimientos y encontrar la conexión con la imagen. También, tienen que tener cuidado con las fotos porque dan la sensación plana. En cambio, dibujar con modelo vivo permite la tercera dimensión y da una visión corpórea de las cosas de las luces y de las sombras”.

Pero el momento sublime que le cambia su cabeza es cuando define al blanco como color; “Es muy frecuente caer en la trampa de no considerar el blanco color, porque el papel es blanco y dibujamos con negro. Pero, si tomo un papel verde debo usar el blanco como color. Parece una observación muy tonta, pero tiene gran importancia”.

Entiende que es el negro el que encierra al blanco, algo fundamental en el clima para hacer una historieta en blanco y negro.

Cada semana. Cacho, comprende, más y más por donde va su profesor, por los caminos que lo lleva a explorar. Le gusta el método de autocrítica y critica colectiva.  Eso de hacer una página de historieta en clases y mostrarla delante de todos y abrir el juego de opiniones, le permite repensar su trabajo.



Aprende de ese hombre. Él es el responsable que su dibujo encuentre el cauce de las editoriales y de que se comience hablar de ellos. Sin copiar a otros, ni al mismo viejo. Quizás porque ,Alberto no se cansó de repetir una frase que de tanto escucharla le hizo liberarse de la línea; “No hay que repetir mecánicamente lo que hace otro, sino entender por qué lo hace y tratar de repetir por qué y no el cómo”.

Ama al viejo. Todo lo que les dice, son conceptos que le ayudan hacer su propia identidad gráfica.  Apropiarse del guión, para poder desarrollar e interpretar gráficamente esa historia, es una premisa de premisa de método de laburo que lo va acompañar siempre.  Es su maestro global de la historieta, un vanguardista. Aprende todo en un año y medio y se siente orgulloso de ser uno de los discípulos de Breccia.



              Tinta de Cacho Mandrafina en un cuadrito a lapiz de Alberto Breccia de El Dibujado




Fuente: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-7403-2011-10-16.html

https://www.youtube.com/watch?v=NAIDxshc5EQ

https://www.youtube.com/watch?v=aJH8aF_zhmY&t=2s

https://www.youtube.com/watch?v=qMshI4W8pF8

 

 


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