Por Pavla Ochoa
No para de
llorar. Esta encerrado en el baño, desesperado, la angustia le atraviesa el
pecho. No consigue dibujar bien manos. Cada semana que se acerca la entrega de
las páginas de Mort Cinder, sufre. Y no es que no intenta mejorar, al
contrario, todos los días después de trabajar, se pone hacer manos.
Llora, pero
no solo por lo que no le sale al dibujar. Llora de ver a Neli, agotada después
de la diálisis. Del esfuerzo que hace para estar con su familia. Pese a estar
agotada, y de casi un día entero en la cama, ella se levanta para estar con sus
seres amados. Cada mate compartido es la vida eterna en cinco minutos. Miran
sin mirar, televisión. Es la excusa de estar juntos, son pocas horas de
felicidad a cuentagotas. Neli, le enseña que hay que aprovechar cada momento de
felicidad.
No para de
llorar. Las deudas son insostenibles. La casa que construyeron con su
compañera, está hipotecada, al límite de perderse. Los medicamentos que necesita
Neli, valen 5.000 pesos por día y él cobra 4.500 pesos por semana. No le dan lo
números. Hace lo que puede, pero no
alcanza. Siente miedo. No miedo quedarse solo con los chicos, sino miedo a lo
que puede venir; “la hecatombe”. La pérdida de la madre para los pibes, la
situación económica. Sabe que él solo se la puede bancar, porque ya vivió
situaciones de mishiadura. Pero si tiene miedo por los que dependen de él.
No para de
llorar. No llora solamente porque no le sale dibujar manos, siempre dibujo a
partir del esfuerzo. Llora porque le pesa el mundo en sus manos.
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