miércoles, 28 de marzo de 2018

Dentro de cuadro- Capítulo III


Por PaVla Ochoa

La niebla abrazó el desierto y una certeza se apropió de mí; ya no estaba solo.
 Los pastos duros, amarillentos y los pájaros saludando al sol era una belleza deslumbrante. No sentí miedo, ni nada parecido a esa sensación que casi siempre nos paraliza, nos atrapa en la quietud. No importaba la tierra en mi rostro como pedradas que acorta el aliento. Todo hervía de humanidad. Se me disparaba los pensamientos a una velocidad difícil de seguirle el ritmo. De repente recordé los hechos más recientes de las últimas horas; Carlos Nine en la vereda de la casa de Haedo de Alberto Breccia en una charla improvisada. Luego Horacio Lalia en un viaje en el tren Sarmiento por el viejo oeste. Y de la nada un pasado que no viví con encuentros extraños con Silvestre Szilagyi y José Masarolli. Este último me dejó hablando solo en este lugar.




Todo parece un sueño, pero ¿es realmente un sueño? Me pellizco la piel y sigo en el desierto. Las mismas tierras en el que la literatura y la historieta argentina han narrado andanzas criollas bajo la lógica de la civilización y barbarie del sistema que nos oprime aún en estos días.

¿Estoy enloqueciendo?

Solo observo el arenal, los matorrales, los manchones de pastos duros.
 De repente pude visibilizar huellas. Comencé a seguirlas, mientras las ideas recogidas en mis años de lector se empoderaban de mis huesos. La primera imagen fue el Cabo Savino, ese personaje que me acompaño de niño en las viejas revistas de editorial Columba de mi abuelo José.

 Siento frío en la espalda. Lo desconocido otra vez frente a mis narices. No medí el peligro y acelere el paso.

 UN ANGEL EN EL DESIERTO


  En el lugar hay olor a tabaco, a perro.
 El aire habla de un tiempo que se fue.
Un caballo corre en mi corazón y piernas tiemblan a la vez.
 Me arrastro como una hoja en el viento, hasta que veo una sombra al borde del camino. Corro hasta llegar a un árbol donde un hombre dormía.

No dudo y lo sacudo todos los huesos, hasta que abrió sus ojos.

 -Para pibe, ya está me hiciste rajar del sueño.

 -Disculpas, no se me ocurrió otra forma de despertarlo.

 -Bueno, obviamente lograste tu objetivo ¿que buscas che?

Pude distinguir que era Ángel “Lito” Fernandez, alumno de Alberto Breccia, parecía la reercanación de “Quijote de la Mancha”.

Nos sentamos alrededor de ese árbol de hojas grandes y tronco resistente y me preguntó:

-¿Te perdiste?

 -No. Me da curiosidad ¿que hace acá en el desierto?

-Esperó un amigo pronto a llegar.

 Ni lerdo ni perezoso le cuento todo lo que viví hasta que me encontré con él.
 Reímos juntos y comienza a darme su opinión de como ve la historieta actual: “Hoy a pesar de que bajaron las persianas las principales editoriales de historietas, fruto de las medidas neoliberales de las décadas pasadas. Ahora la pulsión de querer expresarse con imágenes por parte de los jóvenes, renuevan la historieta de ideas nuevas, aire fresco”.

Se suelta la lengua y sigue hablando: “Es impresionante la calidad de los nuevos artistas, tenes que tener en cuenta que nosotros somos trabajadores de la historieta. Alberto Breccia por ejemplo era un tipo que nunca se quedo quieto, siempre estaba explorando formas de decir a través de sus dibujos. Sus primeros trabajos fueron ilustraciones gauchescas para la revista “Resero” y en los últimos años de carrera trabajo el Martín Fierro con impresionantes dibujos”.

 -¿Cuál seria el consejo que darías a las nuevas generaciones?

-Es fundamental aprender de nuestro pasado para fortalecer a nuestros nuevos historietistas. Hay que transpirar tinta para estar en este mundo tan hermoso de contar historias, eso me enseño el viejo Breccia. Él te decía: “No te hagas el boludo, ponete a estudiar y no me vengas acá a hacerme perder el tiempo”. Era muy severo, pero muy derecho. Esos palos los teníamos que recibir pues éramos adolescentes, todos estábamos en etapa de formación y debíamos ponernos al tablero.

 -¿Como se describiría como dibujante?

-Fundamentalmente, soy un entintador. Es decir, sobre el boceto a lápiz de mis ayudantes, yo entinto. Es decir, soy un definidor de área, a veces puedo meterla y otras no. Cuando hay que entregar muchas páginas, mi método de laburo es así, con todos los riesgos que supone.

En medio de las reflexiones le pregunte sobre la persona que esperaba y me señaló el horizonte.

 Y ahí lo vi., era Carlos “Carlos Chingolo” Casalla, el hombre que marcó un récord mundial por serla persona que permaneció más tiempo haciendo la misma historieta en la historia del género.

Ese personaje de las viñetas argentinas es El cabo Savino, que nació en 1954 en el diario La Razón. Basta con poner en Wikipedia solo el nombre de Casalla para que aparezca información biográfica que ayude a conocer su historia: " Carlos "Chingolo" Casalla nació el 1º de mayo de 1926 en Buenos Aires. Es dibujante egresado de Bellas Artes, trabajó en publicidad y es músico de jazz. En el campo de la historieta, su maestro fue José Luis Salinas. En 1947, mientras cumplía el servicio militar, publicó en la revista El Soldado Argentino una versión ilustrada del Martín Fierro. El 1º de abril de 1954 apareció en la contratapa del diario La Razón su más reconocido personaje: "El cabo Sabino". Posteriormente, cuando pasa a la Editorial Columba, se le cambia el apellido por "Savino". La tira también se publicó en la revista Puño Fuerte, de Editorial Láinez, hasta 1959. Durante la década del 60 publicó "Pithy Raine" en las revistas Oklahoma y Texas, y "Álamo Jim", "Patrulla Americana" y "Hombres de Fortines" en El Tony y en Fantasía. En 1966 ilustró el cuento "El Valle del Sol" en la revista infantil Grillito. En la década del 80 dibujó "El Cosaco", "Memorias de un Porteño viejo", "Capitán Camacho", "De entre los Muertos", "Largo Nolan" y "Chaco". Vive en la ciudad de Bariloche desde 1968, donde ha realizado varios murales. Es autor de libros como El gran lago, Piedra Buena, Perito Moreno y 7 de Marzo, donde cuenta la historia del ataque brasileño a Carmen de Patagones en 1826. Entre 1992 y 2002 publicó una historieta diaria llamada "Pioneros del Sur". En la actualidad, publica diariamente la tira "El cabo Savino" en el diario Río Negro. En 2014 marcó un récord mundial por dibujar el mismo personaje (el cabo Savino) durante más de 60 años. Asimismo, por su trayectoria artística y personal fue declarado Ciudadano Ilustre de Río Negro en 2009 por la Legislatura Provincial ". El creador de Savino y dibujante de Alamo Jim , El Cosaco y Perdido Joe , entre muchos otros”.


Carlos "Chingolo" Casalla, se sentó al lado de Lito después de darse un abrazo fraternal eterno.


FRENTE A FRENTE



 Le comente de lo que estuvimos hablando de las nuevas generaciones y sin dudar señaló:” La nueva generación sufre la ausencia de editores de historieta. Hay obras fabulosas y es un esfuerzo de ellos y de nosotros para que este género no se pierda, sino estos chicos van a sentir una decepción, porque es como que tienen el bote pero no los remos y hay que acompañarlos para que nuestra historia no se pierda y que puedan trabajar de historietistas”.

-¿Cómo observa la historieta gauchesca en la actualidad?

-La historieta gauchesca se perdió hace mucho tiempo en este país, intente revivir pero lo hice con un milico, que la gente que ama al milico no se si ama al gaucho, pero la historieta gauchesca debería ser obligatoria porque no existe ahora, aparecen todos los personajes del género pero no un gaucho porque no es popular, solo el Inodoro Pereyra del Negro Fontanarrosa pero es lamentable que en Argentina estas aventuras no sea parte de la cultura popular.

-¿En que anda su personaje más famoso: El Cabo Savino?

-Lo deje de publicar este año en el diario Río Negro después de 65 años de hacerlo, pero ese personaje siempre tuvo hinchada y que no se supo aprovechar. Muchos que ahora me hablan me dicen que por el Cabo Savino comenzaron a leer antes de ir al colegio.

-¿Qué significa la historieta en su vida?

-Es todo, porque cuando estudiaba en la Escuela de Bellas Artes y salía a dibujar historieta y no a pintar. Si le tendría que dar un consejo a los nuevos dibujantes ¿Cual seria? Que se sienten que se acomoden en la silla y que trabajen para adelante. Que no retroceda porque eso no sirve, hay que tropezar con todo para ser historietista.


El clima era calido. Había muchas preguntas para seguir haciendo pero la noche se apropiaba de nosotros. Buscamos ramas de árboles caídos para hacer una fogata que nos permita pasar la noche. No había respuesta sobre los interrogantes internos que intentaban entender porque estaba donde estaba. Ya no importaba, dos gigantes de la historieta me acompañaban y nuevamente ya no estaba solo.


 Continuará...


Publicado originalmente en el número tres de la revista "A Tiza y Carbón"(2015)








martes, 27 de marzo de 2018

Dentro de cuadro - Capítulo II


Por PaVla Ochoa


LA AVENTURA SIN TIEMPO

Me despierta el calor infernal. Estoy bastante sucio, toda mi ropa sangra de tierra. Me lavo los dientes con un cepillo viejo y me quedo sin explicación alguna, frente al espejo. No encuentro nada especial, sólo mi rostro cansado. De repente, otra vez la misma pregunta se desprende en el aire asfixiante del lugar: ¿Está el pasado tan muerto como creemos?





La oscuridad de la casa brilla en sus interrogantes dormidos.  Pongo a calentar el agua y luego me preparo unos mates, mientras reviso viejos libros y apuntes. Junto mis cosas y arranco. Me molesta el sol, pero es la misma ciudad la que se encarga de melancolizar mi sobriedad en la búsqueda de reconstruir ese universo misterioso que es el ayer. Hay un olor similar al tabaco de una pipa añeja, esa que tiene el saber de los años. Me quedo quieto sólo un instante y me decido nuevamente a seguir viaje.  El silencio me tapa los oídos. No puedo dejar de pensar en ese hombre: Alberto Breccia. Pero, a la vez, otros nombres pasan como viento y lo revuelven todo, porque de él se desprende casi toda la historia de las viñetas argentinas. Héctor Germán Oesterheld, Oski, Hugo Pratt, Dante Quinterno, Carlos Trillo, Francisco Solano López, Horacio Lalia, Leonardo Wadel, Carlos Garaycochea, Domingo Mandrafina, Lito Fernández, José Luis Salinas, entre otros, hicieron y hacen que la aventura entre por los poros y no te abandone nunca.  El sol es el tiempo y eso es indiscutible, pero ahora, sin que me diera cuenta, el cielo se convirtió en un mar gris. Todo alrededor está desdibujado. No llego a distinguir dónde estoy, hasta que el viento acerca a mis pies un diario. Llego a descifrar que es Clarín, lo levanto e inmediatamente voy a leer su contratapa. Es ahí donde todo se convierte en desconcierto y el asombro llega como un disparo en la sien.

JOSÉ LUIS SALINAS: SINÓNIMO DE LA AVENTURA

Es evidente que los autores y personajes de las historietas de ese periódico no son los que se publican diariamente en la actualidad, porque en el ejemplar que tengo en mis manos están El Loco Chávez, Clemente, Diógenes y el Linyera, Teodoro, entre los chistes unitarios de Fontanarrosa, Dobal  y Crist. Levanto la mirada y  me doy cuenta que ya no estoy en las mismas calles en la que todos los días naufrago. Me pregunto en voz alta: ¿Qué año es?

La fecha del periódico, sin mucho misterio, me devela la respuesta cronológica: 29 de noviembre de 1984.  No llego a entender nada de nada: ¿Estoy realmente en 1984?


Comienzo tímidamente a leer el diario y un artículo del suplemento cultural es un imán que me atrae con intensa fuerza. Su título parece una broma del destino: “Los caminos de la aventura; Salinas, Pratt, Breccia”.

Una chispa en la pluma de Sasturain enciende el fuego del pasado: “Salinas, el ilustrador brillante, el anatomista riguroso, el PROPIETARIO NATURAL de la fauna salvaje y de los trajes de época…Simultáneamente, con un mismo gesto, despliega nuestra primera gran historieta de aventuras, funda una tradición y se constituye en modelo de difícil acceso, casi un límite para las pretensiones de quienes lo siguen: NADIE puede dibujar sus caballos, las escenas de acción multitudinaria, un abordaje, un flanco de tigre…Y no es demasiado decir que toda la obra posterior -de las adaptaciones de los clásicos de aventuras al Cisco Kid- son sólo y nada más que modulaciones, variantes leves, alardes de destreza de documental o compositiva dentro de un estilo que tiene su techo propio en el clasicismo. De ahí la homogeneidad impresionante de su obra. Sin fisuras ni claudicaciones, sin saltos ni cambio de rumbo: no hay aprendizaje y búsqueda en Salinas, sino desarrollo fluido, perfeccionamiento. Como un modelo exitoso de automóvil, cada nueva entrega suma detalles a un módulo básico, inmodificable: es el espectáculo de la perfección siempre nueva y la misma. Por eso en la historia de la historieta nacional, Salinas está solo”.

Me quedé mirando la ciudad, mientras un perro imitaba un movimiento fantasmal. Recordé que la figura de Salinas a Breccia lo paralizó y le generó angustia en sus inicios, pero la fuerte convicción de querer trabajar haciendo historietas lo hizo mejorar en la profesión. Por eso, junto a Pratt y Salinas, comparte una cualidad:  los tres llegaron a la cima siendo autodidactas netos. No pude seguir con los pensamientos sueltos sobre esas leyendas del mundo de las viñetas, porque el cielo comenzó a cambiar sus colores, sin aviso alguno. De repente, todo fue viento y relámpagos.

UN HOMBRE LLAMADO SILVESTRE





Sin entender mucho de cómo iba la cosa, solo atiné a correr en búsqueda de un refugio, utilizando el periódico como paraguas improvisado.  Claro, eso no evitó que mi cuerpo se convierta en líquido puro. Empapado de lluvia, pude distinguir una vieja casa en una esquina con un viejo cartel inmobiliario que rezaba que la vivienda estaba en venta. A los tumbos, salté el alambrado y forcé la puerta de entrada para ingresar al lugar. Ya dentro, el olor a encierro, a humedad, ingresó por mis pulmones, hasta generar un cambio espontáneo del sistema respiratorio. 

Las sombras de los muebles coloniales, el silencio, me paralizó  los huesos. Por unos segundos quedé quieto, sin reacción. Hasta que fue entonces que cayó una gota. Como un reloj, le siguió otra tras otra, hasta hacerse un inmenso charco. Exploré el inmueble y un dormitorio lleno de polvo y de polillas me llamó la atención. Ni mire los libros, la luz en el centro de la habitación me atrajo con fuerza de imán. Pude sentir una respiración y grite: ¿Quién anda ahí?

Nadie respondió. Avancé unos metros hasta que pude distinguir la sombra de un cuerpo. Por un momento creí que no habría  nadie en el lugar, la aparición en escena de otra persona, cambio rotundamente la situación. Le digo quién soy. Me mira alegremente y me saluda mientras me extiende un mate. Sonrío y tomo de la bombilla, me quemo la lengua, no me importa. La lluvia sigue con sus golpes ruidosamente en el techo de chapas.

-¿Quién es usted? -le pregunte.

-Silvestre. Mi nombre es Silvestre Szilágyi -contestó el señor de 65 años de edad, de libre pelo blanco que brillaba en la oscuridad y  de flacos brazos.

No había dudas, de lejos, con ese pelo cano que llevaba algo parado -y eso acentuaba la sensación de altura-,  parecía ese terrorífico enemigo de El Eternauta: un Mano; pero de cerca era un hombre amable convertido en un improvisado cebador.

-¿Qué pasa pibe, te dio cagazo encontrarme?

- La verdad, no le voy a mentir. Sí.

- Y lo mismo me pasó a mí, flaco.

Respiré aliviado y le pregunté:
-¿Usted qué hace acá?

-Este… soy dibujante de historietas…

-Dibujante de historieta… esto sí que es casualidad.

Me doy cuenta que esta última parte del diálogo fue un calco  sin permiso de la célebre frase del histórico texto de esa obra maestra de la ciencia ficción creada por Oesterheld y Solano López, esa de la nieve mortal. Ya nada importa. Silvestre me cuenta entre mates que, como su familia había venido de Hungría, hasta los 5 años no sabía hablar español. Me cuenta que actualmente dibuja un personaje que amaba en la niñez: El Fantasma (The Phantom) y que ilustró relatos bélicos, aventureros, históricos, policiales y hasta romances. Señala algunos autores de su época de lector a quienes admiraba porque lo hacían vivir la aventura plena; Hugo Pratt, Arturo del Castillo, Alberto Breccia, José Luis Salinas y Francisco Solano López: Para mí, es muy importante esta profesión, porque puedo contar una historia con dibujos. Cada uno que quiere contar historias a veces cree que necesita utilizar un set de filmación para hacer una película, pero en realidad un lápiz y un papel es mucho más barato”.

-¿Cómo llegó a ser dibujante?

-Desde antes que tenga memoria, un abuelo me decía que yo dibujaba desde chico, cuando aún no sabía hablar, ruedas, que era lo que me llamaba la atención. Después seguí dibujando trenes, autos y a los 8 años comencé a leer historieta y copiar personajes.

-¿Conoció a Alberto Breccia?

Comienza a reír a carcajadas y me contesta:
-Sí, fui alumno de él. Una vez fui a la Editorial Columba con dibujos de aficionado y ahí me recomendaron que vaya a perfeccionarme en algún curso de dibujo y me mandaron al Instituto de  Arte (IDA), y la verdad que yo no sabía quién era Breccia. Pensé en primera instancia que hacía humorismo porque cuando él decía Mort Cinder, yo no conocía al personaje y creía que era un personaje cómico llamado “Morcilla” y cuando vi los dibujos me di cuenta que era otra cosa. Son esas cosas que pasan por no conocer.

-¿Cómo era el maestro?

-Era bastante estricto y muy serio. Decía lo que pensaba sin anestesia. Es decir, si algo no le gustaba decía: “Rómpalo y quémelo”. Esa honestidad nos servía para esmerarnos en nuestro trabajo, para que no diga eso.

Se miró al espejo como si estuviera mirando a otra persona. No paró de hablar ni por un segundo. No le importaba si lo escuchaba o no. Me dijo que lo buscara si alguna vez necesitaba algo. Ese detalle me emocionó en una ciudad donde todos andan apurados. Esta vez puse yo a calentar la pava en una pequeña lata que hacía de brasero. Hundí en la yerba una cuchara de bambú con la forma de un tobogán, la descargué sobre el mate. Incliné la calabaza para que la yerba quedara a desnivel. Mojé la yerba con agua fría y la dejé asentar. Silvestre estaba a mí lado y miraba atentamente.

 Los recuerdos flotaban en mi memoria. Él llevo la bombilla a su boca y quitó sus labios con dolor. Se ahogó unos segundos. Las lágrimas pestañeaban sus ojos.  Su lengua se había quemado por mi inexperiencia como cebador que intenté disimular con esa previa ceremonia “matera”. No me dijo nada, hizo de cuenta que nada había ocurrido y me dio un consejo por si yo era dibujante: “Pibe, tenés que dibujar todo lo que puedas del natural, en especial figura humana, tanto vestida como sin ropa, para estudiar bien todos los detalles. También hacé bocetos de animales, autos, porque ahí se traslada lo que son las tres dimensiones en la que vivimos: ancho, alto y profundidad, donde la trasladamos a dos dimensiones en una hoja. Hay que tener bien claro la diferencia entre lo que es línea y mancha, pero nunca te olvidés que la historieta es contar una historia, más allá de ser un buen dibujante. Hay que aprender a mirar a nuestros alrededores y dibujar para comunicar una idea”.

Me río, porque de chico alguna vez soñé ser un profesional del lápiz en el mundo de las viñetas. Claro, eso no prosperó, pero no sé por qué no se lo mencioné a Szilágyi. Nos quedamos hablando de fútbol, de música, de mujeres. La lluvia seguía afuera. Y volví a preguntarme: ¿Estoy realmente en 1984?  A esta altura, ya no tengo la certeza de nada.

El personaje misterioso que no dejaba de sonreir nunca, se durmió en el piso de madera, entre el polvo de los muebles y el aroma del pasado. Al rato, lo seguí. Ambos quedamos atrapados en los sueños.

DESPERTAR SIN DESPERTAR

Al día siguiente me desperté con la misma energía de quien saliera a la calle a pedir ayuda ante la amenaza de un incendio u otro peligro humano. La transpiración  es el síntoma que me dio la razón en una vieja idea que siempre he tenido: “Cada hombre lleva adentro un demonio y a veces más”. Inmediatamente, en una acto reflejo, busqué a Silvestre en  la habitación, pero ya no estaban ni el dibujante, ni la vieja casa. Ya no había nada de nada. El horizonte fue la estrella que me orientó geográficamente, pero no temporalmente. Todo alrededor era tierra y montañas. Ahí tome la decisión de caminar hacia adelante, como si eso fuera un presagio o algo similar. Mientras mis pies cansados dejaban huella en el camino, una voz comenzó a escucharse. Y cada vez más fuerte. Hasta que el grito se hizo hombre.

Ante mi cuerpo desgastado por caminar sin rumbo, encontrçe a otro en similar estado. El individuo se presentó con el nombre de José Massaroli. Recordé que ese hombre había sido dibujante de Editorial Columba y que es especialista en historieta gauchesca, una vez más un trabajador del lápiz estaba enfrente, así que, después de la obligada presentación y explicación circunstancial, le dije:

-¿Dónde miércoles estamos?

-¿Vos te creés, flaco, que si lo supiera te hubiera gritado como lo hice en esta selva desierta?

-Es que…

-¿Te ocurre algo, Fernando?

-Yo no soy Fernando. ¿Quién es usted?

De repente soy un monstruo disfrazado con ganas de romperle las muelas e hincharle los ojos. Dudo. Una bandada de perros me rodea y me les enfrentó:

-¡Fuera, perros, quítense de mi vista!

En ese instante un disparo de carabina despertó los ecos del desierto y siento como una bala que perfora mi piel. Me desmayé en el lugar, pero un buen trago de coñac me reanimó.

-Estas delirando, flaquito. ¿Por qué no te quedás tranquilo? ¿Empezamos otra vez?

Me quedo quieto y Massaroli aprovecha para contarme que casi fue alumno de Alberto Breccia y, además, me da detalles de su estadía en la empresa de la paloma. Es ahí que reacciono y nuevamente me pongo el traje de periodista y comienzo a escucharlo: “Cuando fui a buscar trabajo a Columba,  lo que me dijeron era que me olvidara de dibujantes como Breccia, señalando que  si quería estar en la empresa,  las caras tenían que ser nítidas y lindas. Evidentemente, era una fórmula que para ellos funcionaba”.

-¿Cuál era la fórmula que funcionaba?

-Columba fomentaba esa estética que mencioné para que la respeten  los dibujantes y les  imponía un concepto de aventura con fórmulas retrógradas,  obligando a copiar  a los autores más exitosos del momento. En simples palabras, apuntaba a la cantidad de material y no a la calidad.

-En los primeros años de la empresa, Alberto Breccia realizó una historieta cómica para “Páginas de Columba”, pero después no participó más en las revistas de aventuras  ¿Por qué cree que el dibujante de Mort Cinder no  volvió a trabajar para esa editorial?

-En la época en que Columba se hace un medio de comunicación masiva, Alberto estaba en su mejor etapa de experimentación y eso no estaba en los parámetros de esa editorial, que buscaba un dibujo más simple. Es por eso que en una historieta de Nippur de Lagash, donde aparece el dibujante de Mort Cinder como  un personaje, lo matan, siendo un claro símbolo de que la empresa no comulgaba con ese estilo de hacer historieta. Pero también el mismo Breccia no coincidía con esa forma de producir. Muchas veces Alberto me dijo, hablando de un dibujante de esa editorial: “No se puede hacer mierda por 20 años impunemente”.




-Al aparecer en el mercado la revista Skorpio, de editorial Record, da la sensación que Columba cambió algunos parámetros de producción. ¿Coincide con esta apreciación?

-Hubo un momento en que Columba tembló, cuando aparecieron en los kioscos las revistas de Editorial Record y vio que los dibujantes se le iban a la vereda del frente, porque pagaban más dinero y les permitían lucirse más, pero eso duró muy poco tiempo.

-Concretamente, ¿qué hizo la editorial de la palomita?

-Ante esta situación, Columba tomó dos resoluciones: aumentaron un poco los precios y dieron más trabajo. En esos tiempos el dibujante estaba acostumbrado a vivir bien y, al abrirse la posibilidad de tener más páginas, contrataron ayudantes, así les quedaba tiempo libre para hacer historietas para Europa. Entonces, lo que sucedía era que se producía cada vez más, pero el nivel de calidad cada vez era menor.

Quedé impresionado al visibilizar cómo un solo hombre puede hacerle recorrer a uno la historia misma de la historieta argentina. Hasta que el mismo Massaroli, me ubicó:

-Pará, flaquito, ni que fuera una enciclopedia viviente.

Todo era un vendaval de imágenes y recuerdos. En el viaje sin rumbo, Salinas y la Editorial Columba fueron luz en la oscuridad y un regreso inevitable a ese pasado que no está muerto como creemos.

Sin reparar en mí, Massaroli se apartó de pronto. Me dio bronca que me dejara así plantado, sin acordarse de decirme nada. Una niebla abrazó al lugar. Todo se espesaba. Apuré el paso. Aún no entendía: ¿Estas apariciones de los últimos días eran ilusión mía o todo ocurría de verdad? Pero de algo estaba seguro: ya no estaba solo.



Continuará…



Publicado originalmente en el número dos  de la revista "A Tiza y Carbón"(2014)





miércoles, 21 de marzo de 2018

Dentro de cuadro Capítulo 1: Huellas de dibujante


Por PaVla Ochoa

Allí estaba la casa. “Su” casa de Haedo. Rodeada de inmensos árboles y plantas.  Era más de lo que me imaginaba. Me quede quieto sintiendo el tibio y fuerte golpe del viento contra mi cara. Todo era colores indescifrables en esa estructura edilicia que albergó al más grande dibujante de estos pagos. Aún hoy se escuchan las pulsaciones de sus trazos. Ahí estaba yo, para ser más preciso en la calle Alberto Vignes al 532. Con varios recortes periodísticos en mi bolso y ejemplares de revistas de historietas, un intento incesante de saber más de lo que informa Wikipedia. Miré a los alrededores, ni un alma se acercaba a mis huesos cansados. Cerré los ojos intentando viajar en el tiempo. Pero en el fondo sabía que eso era imposible. Al abrirlos nuevamente estaba como ebrio, desorientado, aturdido. Peor no podía estar, encima alguien me observaba y se reía de mí.

¿Esta bien muchacho?- me pregunto un señor que por deducción sonora tendría alrededor de los 70 años, ya que  el efecto borrachera no me permitía ver nada.

-Más o menos- conteste

-¿Tiene las encías hinchadas?

-No.

Respiró aliviado y me dijo antes de comenzar a dar gigantes carcajadas: "Uf! menos mal, pensé que podría ser un exceso de masturbación".

No podía creer, era él. Pero la verdad era que estaba más desorientado que bola sin manija y solo veía rasgos distorsionados de su silueta. Casi como un presagio recordé una frase de una canción de Violeta Parra; “La vida es eterna en cinco minutos” y sin razonamiento alguno le consulte si era posible hacer una entrevista para un medio alternativo. Me investigó con su oficio de observador y terminó aceptando la propuesta.
Tibiamente le dije:

-¿Me permite llamarlo Tito?

-Creo que usted me confunde, mi nombre es Carlos.

- ¿Carlos Nine?

-Sí

-Por el chiste creí que usted era….

-No pibe ese comentario me lo hizo mi amigo. No des más vueltas y pregunta.

Mi ceguera no me ayudaba demasiado, así que directamente fui al grano del asunto:

-¿Cómo era el viejo?

_ Suerte que no esta para escucharte, no solamente odiaba a los especialistas teóricos de la historieta, sino que detestaba que lo denominen así.

-Esta bien, tiene razón ¿Cómo puede describirlo?

-Tenía maneras de hablar e inflexiones en la voz que me hacían recordar a la parte italiana de mi familia.  Una vez, en la provincia de Santa Cruz,  le tomé unas fotografías muy buenas, a él le gustaba que lo fotografiaran, y le dije que se parecía extraordinariamente a mi tío Mario.  Me dijo entonces que este Mario debía ser una buena persona.

Se quedo en silencio y terminó la respuesta; “La verdad, flaco que yo lo veía como una especie de padre para mí”. Sonrió y sus ojos me miraron en silencio. Entonces intente rumbear la conversación para otro lado:

-¿Usted era lector de historietas?

-Sí, fue una lectura de la adolescencia y esas experiencias son imborrables.  Era un seguidor de Sherlock Time. La verdad es que no podía creer fuera el mismo dibujante que hacía "Vito Nervio" meses atrás. Pensé que se había vuelto loco.  Lo increíble es que por ésa época vivíamos en esta misma ciudad, a pocas cuadras de distancia, aunque jamás me lo crucé.

-Pero, si  tuviera que elegir una de sus historias o de sus tiras en particular; ¿Cuál sería?

- Me quedaría con "Pancho López", "Sherlock Time", "Mort Cinder", y la recreación de cuentos infantiles clásicos que hizo con guión de Carlos Trillo, aunque en realidad me gusta todo. Durante todo el "Vito Nervio" fue un dibujante correcto, "normal".  A partir de "Pancho López" y "Sherlock Time" le dio el ataque de locura que ya no paró hasta que se murió. 

- ¿Cómo lo definiría como artista?

- Tenía la curiosidad y el afán experimentador de un renacentista.  Los "collages"
que desarrollaba en la recreación de cuentos clásicos lo acerca a los maestros del expresionismo, del último cubismo, y lo empareja con Antoni Tapiés.  En vez de tener una conciencia artística "dividida", pudo unificar sus intereses estéticos en un mismo plano.  Era un pintor que hacía historietas.  Un caso parecido al de Lyonel Feininger.

-¿Podríamos decir que era un irrespetuoso a las regla del mercado editorial?
-Era un tipo que arriesgaba todo el tiempo, él no se quedaba…porque hay tipos que se arman un estilo y se quedan a vivir ahí. En cambio Alberto llegaba a un lugar, lo dominaba perfectamente y al otro día lo tiraba a la mierda y empezaba de nuevo. Esa actitud de correr un riesgo no es habitual. Le gustaba el peligro. Además siempre vivía al borde de algo ¿no? Una desgracia familiar, algún tipo de cuestión jodida y salía para adelante. No se achicaba.

-¿Cuál era su ideología?

- Él se comprometió ideológicamente, aunque no políticamente.  Esta diferencia es sustancial.  Creía en determinadas ideas. Por ejemplo considerar a los dibujantes como trabajadores, no como aristócratas. Sentía que los partidos políticos con los que tuvo que convivir en su época no lo representaban. Es lo mismo que siente mucha gente hoy.

Nine, sentó su cuerpo en el borde del cordón de la vereda y me hizo el siguiente relato: “Hemos ido juntos a varios lugares y siempre armaba quilombo. Cuando lo ensalzaban como autor de historietas, él los mandaba a la mierda porque no se consideraba autor de historieta porque no le gustaba ni la leía. A él le interesaba la plástica y la pintura. Cuando venían los pintores para decirle: “Claro, yo creo que Ud. es de los nuestros” y qué se yo, él decía que lo dejaran de joder, que eso era arte popular, o sea la historieta. Volvía loco a todo el mundo, tiraba datos falsos todo el tiempo”.

Reaccioné de pronto al sentirme estimulado por  esas reflexiones y le consulté sobre el mito de que Breccia un día quemó los originales de Vito Nervio. Carlos, pareció como buscar la respuesta en el aire y escupió en voz alta: “Yo no lo creo, pero puede ser. Tengo un original de Vito Nervio que compré hace poco…Él era muy dramático, muy teatral, tiraba esos datos impresionantes que vos decís “¡A la mierda!” Pero anda a saber si lo hizo. Por ahí no lo hizo…ojala no lo haya hecho”. 
Su voz se quebró cuando dijo sin previo aviso un sentimiento simple y profundo: “Lo extraño mucho… Es muy duro que no esté con nosotros.  A veces es insoportable”.  

 Intente imaginar sus ojos, sus lagrimas, pero aún me encontraba mareado. Como si todo lo que me sucedía en ese momento le pasaba a otro y no a mí. Sacudí la cabeza y cuando volví en razón ya no había nadie a mi lado.

Comencé a alejarme de la casa. Seguía con toneladas de interrogantes. Ni la física cuántica, ni el marxismo, ni la anarquía o la teoría funcionalista me ayudaron para articular una respuesta sobre lo acontecido. La aventura de reconstruir la historia de vida de un gigante de la historieta, recién comenzaba para mí.




Mort Cinder en el Oeste

Me perdí entre los trenes que no llevan a ninguna parte, esos que nos regresan a algún lugar al que no queremos volver. Ya en el Sarmiento, la vista comenzó a afinarse un poco. No podía dejar de pensar en la pobreza que fue como un buitre que picoteó los pies de Breccia, desgarrando sus  zapatos, volando en círculos amenazadores alrededor. Un hombre que no se canso de repetir: “Para hacer historietas hay que estar dispuestos a sacar las tripas para afuera”. Seguir sus huellas, se convertía en una sana obsesión por mi parte.

El ruido de la serpiente metálica que atraviesa el oeste del conurbano bonaerense, me ubicó en tiempo y espacio. Pude respirar los rostros de los viajantes. Rostros con  almohadas en sus ojos de  explotados, que oxidan soles y lunas. De repente allí lo vi. Entre sombras, una silueta negra recortada apareció de la penumbra del tren. Fue una revelación sin misterios, el rostro era el de Mort Cinder.
Eran tanto lo que tenía que preguntarle…Estallé…

-¿Puede decirme  como…?

-Tranquilo joven- respondió Horacio que transpiró hace más de cincuenta años atrás  la obsesión de Breccia  por estudiar la iluminación para potenciar los contrastes que proponía Oesterheld como guionista.

No me dio tiempo a nada.: “Alberto era un gran tipo, más allá que era una especie de coraza que tenía hacia el exterior, cuando uno lo conocía veía a una persona muy sensible y no tenía tan mal carácter. Simplemente era una postura que el asumía porque no le gustaba ciertas cosas Y ponía un poco de distancia, pero realmente él era una gran persona”.

Suspendido en el tiempo, recordó su etapa de ayudante de Breccia: “Con él generalmente empecé arreglando historietas antiguas, historietas que tenía y yo las iba arreglando, le posaba y tomaba apuntes. Tiempo después le empecé a hacer algunos fondos, le hacía algunos grises, pero no intervenía en su trabajo”.

- ¿Qué le pasó internamente cuando descubrió que el  rostro de Mort Cinder estaba inspirado en el suyo?

-Como estaba permanentemente conmigo, empezó a ver mi cara a la que estaba acostumbrado a dibujarla y la torturó para que sea la de un tipo de 40 años que venía de la muerte. Tenía la mitad de la edad del personaje de Oesterheld, no imagine que iba a quedar definitivamente mi rostro. Nunca me comentó o me pidió permiso para usar mis rasgos, simplemente sucedió. Cuando le preguntaron él dijo: “De alguna forma es la cara de Horacio, pero lo que pasa es que sale un poco como Sherlock Time que es la idea de cara de lata, pero de cierta forma es la de Lalia”. La verdad es que si observan una fotografía mía de esa época, los perfiles de ambos son iguales solo que más sufrido y con ojeras.

 Esa apertura al diálogo, su  garúa de recuerdos, me brindó seguridad para decirle sin filtro alguno:

-En la entrevista con Trillo y Saccomano, Breccia mencionó que solo tenía ayudantes para que le cebaran mate y que le posaran ¿Aceptó usted esa declaración o realmente le molesto?

-Alberto era de decir esas cosas, en realidad  mi trabajo consistía en hacer el archivo aparte de cebarle mate o de posarle en algún momento, algunos fondos había hecho en Mort Cinder, pero él era muy meticuloso para que le tocaran el trabajo, realmente no le gustaba que le metieran la mano en su trabajo. Hice algunos fondos de retícula como el de la prisión, ahí me dejo meter un poco la mano, pero no me tenía solamente para cebar mate.

No habló más. Hubo un silencio absoluto. Cuando quise retomar la conversación, Lalia ya no estaba ahí. Igual a lo que ocurrió con Nine. Me deje agarrar por la incertidumbre. Todo era un ir y venir por esa vida que se quedó incrustada en la materia inerte (nunca diré muerta) de las cosas.


La Vuelta al hogar

Era obvio que era un día brecciano, por donde se mire.
Pensaba en él, todo el camino.
En su paso silencioso por su casa.
En su arte al alimentarse, siendo la pizza con ensalada una de sus comidas favoritas.
En su fanatismo por el boxeo y en la particular figura del  Justo Suárez, el “Torito” de Mataderos.
En su repentina intervención con sus amigos en la murga “Los Dandys de Mataderos”.
En su magistral yunta de retórica grafica que generaron con Oesterheld.
En su amistad con Oski.
En su amor  brindado a sus más de ocho gatos que habitaban su casa de Haedo.
En su operativo de sobrevivencia que se reducía a una sola palabra;” pucherear”, pero que nunca lo convirtió en un mercenario.
En su fidelidad a sus amigos de la infancia y a su pasado en su rioba; “Mataderos”.
En definitiva, pensaba en Breccia abarcaba todo razonamiento en ese momento.

Me estremecí en soledad mientras caminaba por el asfalto y reconstruí en una veloz imagen sensorial, su rol de jardinero. A él le gustaba juntar las hojas, podar las plantas y hacer grandes fogatas. Su compañera de vida, Irma Dariozzi de Breccia, me comentó en largas charlas que pudimos tener en estos últimos años, el asombro de Alberto cuando visitó a Sábato en tiempos de la preparación en conjunto de la adaptación en historieta de “Informe sobre ciegos” y observó que el escritor no tocaba ni una sola hoja de su jardín;” Impresionaba ver su rostro cuando miraba esas hojas en el suelo, porque a Sábato le gustaba contemplar la naturaleza sin el orden de la limpieza que lo apasionaba a él”.

Además, Irma, describió en esas conversaciones que el dibujo en Breccia fue la razón de su vida en cada despertar cotidiano;” A la mañana se levantaba, tomábamos unos mates, hasta el mediodía que comíamos algo liviano y después hasta las ocho de la noche no se levantaba de su tablero. Trabajaba con un entusiasmo, dibujó y pintó hasta tres días antes de morir, es decir previo a la internación. Hasta me hizo una caricatura, cuando me quedaba con el, media dormida. Ha sido el mejor dibujante de nuestro país, no solo porque fue mi esposo sino porque sobre todas las cosas por lo que demostró en sus obras. Fue mi maestro”.

Esas palabras, de la mujer que fue su compañera de vida,  hacían que hiciera imposible frenar mí la imaginación sobre él. La postura de alguien que nunca se consideró un “artista” y  que fue un revolucionario del Arte, es seductora.





Quizás fue instinto, pero sin explicación, apenas llegue a mi casa donde los pájaros madrugan en un chocar de ventanales y un árbol de nísperos es recuerdo niño que no detiene su caminar, aunque nunca se disfruté de sus frutos, husmeé  mis libros desordenados. Entre las telarañas del mundo de letras donde se despierta el nirvana del obrero, el regalo de Cesar Vidal, el póster de Revista Fierro de la Batalla de “La batalla de las Termópilas” de Mort Cinder firmado por Tito en 1984, se convirtió en verbo que alimentó el vacío. Busqué la fotocopia de la entrevista que Vidal le realizó en el invierno de 1987 para su revista H.G.O. En ese reportaje el dibujante habló de varias de sus obras y también de sus colegas.

H.G.O – Hablemos de Leonardo Wadel, el creador de “Vito Nervio”.

B- Fue el que creo el oficio de guionista en la Argentina, junto a Dante Quinterno. En general el dibujante hacia los guiones, letra, color; no barría el piso de la editorial por casualidad. Entonces Quinterno, que pretendía dignificar el oficio, llama a guionistas y dibujantes y los hace trabajar en equipo.

H.G.O - ¿Tenía libertad para trabajar en la Editorial Dante Quinterno?

B- Si, siempre que no hubiera sexo, excesiva violencia, cadáveres mutilados, etc. “Patoruzito” era una revista que pretendía ir dirigida a la familia.

H.G.O- ¿Qué diferencia encuentra entre los guiones de Trillo y los de Oesterheld?

B-  No se pueden comparar. Son otra cosa, otra época. Héctor jugaba mucho con la aventura. Había roto con la mistificación del bueno sin fallas y el malo sin errores.
Héctor fue el que abrió el camino para que luego lo siguieran guionistas como Trillo, Saccomanno, Sasturain y muchísimos más de primer nivel.

Me dejo atrapar por esa charla de hace 26 años atrás y no paro de reír ante la respuesta a un interrogante de mi amigo:

H.G.O- El hombre está muy marcado en sus historietas ¿Por qué la mujer aparece solo como un personaje secundario?

B- Eso habría que preguntárselo a quienes escriben mis guiones. Otra razón es que no se dibujar mujeres lindas. Me salen feas. Me gusta dibujar viejas y fuleras. Las mujeres lindas son para mirar y otras cosas. Pero no para dibujar.

Desterré una lágrima y mi mirada se perdió en el absoluto blanco de las paredes de mi buhardilla personal.

Su imagen personificada en el anticuario de Mort Cinder, abrió un interrogante en la puertas de la noche: ¿Esta el pasado tan muerto como creemos?

Sin respuestas, solo escuché el sonido de los alrededores.
Afuera el ruido tibio de la ciudad sin nombre.
Adentro mis libros y mi soledad.
Tuve en ese momento,  la certeza de que todo lo sucedido en esa jornada misteriosa era  a  penas el inicio de un largo camino en la búsqueda de un ayer con olor a presente.


Continuara…


Publicado originalmente en el número uno de la revista "A Tiza y Carbón"(2013)

martes, 20 de marzo de 2018

Historieta de Alejandro Santana : "Anècdotas"



Compartimos la historieta "Anécdotas" de Alejandro Enrique Santana, publicada en el número uno de la revista  A Tiza y Carbón :"En defensa de la historieta nacional"(2013)