Por Pavla Ochoa
No le queda
nada. Después de que Neli muriera, no hay nada. Siente el dolor en las uñas, en
sus hijos, en el mundo de panzas hambrientas.
Abandona su
rol de docente en la Escuela Panamericana de Arte y se sumerge en una oscuridad
digna de ser trabajada por sus propios pinceles. Su cuerpo se inclina al subsuelo.
Los
acreedores lo instigan a pagar deudas, todo es un viajar por las profundidades
de la soledad.
El sonido
del teléfono quiebra lo estático de esos días. Es Germán que le dice que ya no
hay tiempo de más, que debe terminar el argumento que escribió y que debe
entregarla el lunes para que salga esa semana en la revista “Karina”.
Alberto, le viene esquivando al trabajo por encargo. Sabe que es una revista vacía de contenido. Semanas atrás se indignó al ver la publicidad en la televisión en la que una mujer le habla a un hombre en un tren, de moda, de pintada de uñas y poniendo su pelo largo bajo la nariz simulando ser un bigote le pregunta; ¿si creé que Dalí, es un loco o un genio? Y además, le propone ser la mujer de James Bond al grito: “Todo al estilo de Karina”.
Está indignado, no imagina su trabajo en ese universo de moda y superficialidad. Pero sabe que no puede seguir sin hacer un mango, ni parar la olla. Este decidido se va a poner a dibujar esas páginas, pero acaba de extraerse una muela y la infección crece abismalmente, minuto a minuto. El dolor se hace insoportable.
Tiene que terminar si o si el trabajo. Ahí toma una decisión; usar el collage.
Se ríe mientras hace recortes de revistas y las pega con plasticola en la hoja y en voz intendible imita al locutor de esa publicidad diciendo a los gritos o como le sale; “Hay un nuevo estilo…estilo: KARINA”.
Termina con
las tripas en las hojas. Está conforme con el resultado final.
Llama a
Germán para avisarle que el lunes lleva los originales. Tiene la adrenalina aún
en su piel, le sugiere seguir con la historieta, del otro lado recibe la
negativa, ya que considera que ese unitario no tiene más vida que la brindada
en esos cuadros. No le importa está feliz.
De la
dificultad una vez más encontró resoluciones, conceptos que le permiten crecer.
Se ríe por
dentro de esa frase que acaba de tirar al aire. Vuelve a tener esas ganas de
dibujar y dibujar. Y ahí decide quedarse en el movimiento de las cosas. Ese torbellino
de emociones que salpica con su pincel y tinta, una y otra vez.
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