Por Pavla Ochoa
Se respira historieta en Córdoba. Miguel está rodeado de dibujantes que había leído de pibe y ahora lo tratan como colega en la Bienal de Historieta. Se queda en silencio mirando la secuencia que lo rodea. No hay tiempo de más, hay que ir a Rosario. La cita es homenajear al viejo Breccia.
Sube al micro. Está nervioso, no dice ni una palabra. Se respira tinta. Hay una parada de rutina en región, y es todo lo que compra: un largo y delgado salame de Caroya, envuelto en un papel de almacén. Trata de no llamar la atención, sube y se sienta al lado de la ventana.
No lo puede creer va a dormir con el troesma. Lo ve
enfundarse en su prolijo pijama, doblar cuidadosamente sus pantalones y camisa,
mientras él se desparrama en su cama. Hace mucho calor, en el ambiente.
Breccia, no para de mirar el chorizo de Caroya, sobre
la mesa. Transpira tanto, el salamín, que el papel ya es grasa. Insostenible. Larga
una fragancia entre porcina y anisada. Algo que el viejo reconoce por su
trabajo de tripero en Mataderos. Pero, el sudor, el olor hace imposible poder
dormir. Y fiel a su estilo sin filtro en la lengua, escupe brutalmente:
–Miguelito, hay que hacer algo con ese salame.
–No entra en el bolso, Alberto.
–Hacé algo. Es un espectáculo indecoroso.
Miguel, sabe que está al límite. No duda, envuelve al
embutido en una frazada y lo pone en el estante donde se apila la ropa. El
viejo, se ríe sin sonido y se acuesta en su cama de cara a la pared, da las
buenas noches y el joven apaga la luz.
Mantiene los ojos abiertos, pensando en si el chorizo
aguantara el calor de la frazada, si es posible que estalle, si su olor sería
insoportable, si, incluso, no va a roncar. Tiene miedo. Está atrapado en una
habitación de luces y sombras, con algunos dosificados blancos y agobiantes
masas de negro. Tiene miedo de que alguien gire el picaporte de la puerta y una
gota oscura y pesada, se desprenda del techo. Sangre en sus manos. No quiere
dormir, ni soñar.
Imagina en esos vuelos mentales que Breccia será
atrapado por un monstruo surgido del chorizo de Colonia Caroya, y que moriría
en Rosario y todo por darle albergue a un dibujante desconsiderado.
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