Se habla de un viejo, de un niño o de sí
Pero mi historia es difícil
No voy a hablarles de un hombre común
Haré la historia de un ser de otro mundo
De un animal de galaxia
Es una historia que tiene que ver con el curso de la Vía Láctea
Es una historia enterrada, es sobre un ser de la nada…..”
En medio de la habitación, pese a la primera
negativa de “Churrique”, Alberto lanza un argumento pragmático:
- Unos mangos no vienen nada mal. Además, va a ser tu oportunidad de
soltar tu riqueza plástica, la sensibilidad y las ganas de contar en cuadritos
la historia de un hombre, más allá de una historieta partidaria.
- Viejo, sabés que la figura del Che me parece patética, porque en
vez de alinearse con la persona indicada, que es Perón, fue funcional a los
intereses que decía combatir. Y, además, si yo hubiera creído en el socialismo,
hubiera sido socialista y no peronista ¿te quedó claro?
- Entiendo, pero tomalo como un trabajo y punto.
- Sabés que nunca creí, ni creo, en el panfleto artístico. Para
modificar la realidad está la política, no la historieta.
Se quedan en silencio un largo rato. Hasta
que el joven de 22 años acepta, pero hacen un pacto de sangre. Acuerdan no
verse durante el mes que dure el proceso creativo, para no contaminar y no
inmiscuirse en los trazos del otro. Esa noche llama a Oesterheld para contarle
que van a ilustrar la historieta del revolucionario.
Del otro lado de la línea, el guionista
festeja y distribuye automáticamente dos vertientes del relato biográfico. En
ese sorteo arbitrario a Enrique le toca ilustrar los últimos días del Che en
Bolivia y a él la niñez, adolescencia y los hechos de Sierra Maestra y la
Revolución Cubana. Todo se mueve a velocidad, los editores Jorge Álvarez y Carlos
Pérez, buscan que sea la primera historieta hecha luego del fusilamiento del
Che.
Cuando le entrega el argumento a Enrique, le pregunta sobre el motivo que lo lleva a dibujarla y sin vacilar, el joven le responde; “por peronista”. No le discute nada, solo le hace un pedido explicito; “quiero que haya poesía en los combates” y se va. Deja trabajar a padre e hijo, a dejar que cada uno busque en su selva interior.
En cambio, Pipiolo para contar su parte de la historia se apoya en una única documentación gráfica que le acercó el editor Jorge Álvarez, dos ejemplares del diario cubano Granma. El dibujante busca la raíz. Todos los días se encierra en su buhardilla a trabajar en la vida de ese revolucionario al que admira, a diferencia de su hijo, que ve con recelo las opciones políticas del argentino-cubano. La música de la radio, rondas de mates y una gran cantidad de bocetos son el resultado de los primeros días intensos. No pretende hacer un dibujo revolucionario, como sí lo fue Mort Cinder, pero busca que se manifieste el respeto que él tiene sobre esa figura tan cuestionada por algunos sectores sociales. Se conmueve con la carta del Che a sus hijos. La última frase lo moviliza: “Acuérdense de que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros solo no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario. Hasta siempre, hijitos, espero verlos todavía. Un beso grandote y un gran abrazo de Papá”.
Esa noche, en la oscuridad del cuarto donde
descansan sus libros más anhelados, siente al hombre nuevo en sus venas. Tiene
miedo, son momentos duros. La pobreza personal por un lado y la cruel dictadura
de Ongania por el otro. Sin tener noción del tiempo, vuelve a trabajar,
dispuesto a terminar su parte del relato. La sangre se convierte en ave en
pleno vuelo. Las sombras se desgranan en sus dedos, llenas de misterios, de
brisas y huellas. Finalmente, termina el último cuadro.
Luego de varias noches, recibe la visita de
Churrique. Él también terminó el argumento y no puede esperar para saber la
opinión de su padre. Ambos, casi como un duelo de gladiadores, se pasan las
páginas en un mismo movimiento. Alberto observa, respira esas imágenes. Le
llama la atención los grandes planos y negros para componer las figuras. Deduce
que su hijo dibujo sobre una cartulina enyesada, entintada de manera tal que la
tinta excedió los límites de sus trazos. El raspaje lo hizo con una hoja de
afeitar. Las líneas quinéticas realizan el movimiento y el drama del combate.
Siente orgullo, se lo va a decir, pero en ese momento Enrique pregunta por el
primer cuadro:
- ¿Qué significa el cuadro blanco? ¿Vendría
a ser como el inicio?
- Parecés un crítico de historieta. No
busqués la quinta pata al gato, está así para pegarle la partida del nacimiento
del Che, que todavía no me la envió la editorial. Por cierto, hiciste un
trabajo excepcional.
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