jueves, 26 de diciembre de 2024

La historieta del elegido

 

 Por Pavla Ochoa


“Siempre que se hace una historia
Se habla de un viejo, de un niño o de sí
Pero mi historia es difícil
No voy a hablarles de un hombre común
Haré la historia de un ser de otro mundo
De un animal de galaxia
Es una historia que tiene que ver con el curso de la Vía Láctea
Es una historia enterrada, es sobre un ser de la nada…..”

Silvio Rodríguez


 Lee el dibujante el nuevo argumento escrito por Héctor. Es diferente al que rechazó en primera instancia. Esta vez no hay excusas. Piensa sobre el riesgo de dibujar esa historieta. No retrocede. Avanza en la lectura mientras la lluvia golpea el ventanal de su taller. Se queda quieto, mirando su patio, el cielo. Los sueños, la infancia, la voz de su amigo Rafael hablando de una verdadera patria socialista. Vuelve con ese viento revolucionario que le propone su colega a sus entrañas más profundas. Resuelve proponerle a su hijo Enrique que dibuje la etapa del Che en Bolivia. Sabe que, pese a su ideología y militancia peronista, va a aceptar ilustrar la biografía de ese hombre en historieta.

En medio de la habitación, pese a la primera negativa de “Churrique”, Alberto lanza un argumento pragmático:

- Unos mangos no vienen nada mal. Además, va a ser tu oportunidad de soltar tu riqueza plástica, la sensibilidad y las ganas de contar en cuadritos la historia de un hombre, más allá de una historieta partidaria.

 

- Viejo, sabés que la figura del Che me parece patética, porque en vez de alinearse con la persona indicada, que es Perón, fue funcional a los intereses que decía combatir. Y, además, si yo hubiera creído en el socialismo, hubiera sido socialista y no peronista ¿te quedó claro?

 

- Entiendo, pero tomalo como un trabajo y punto.

 

- Sabés que nunca creí, ni creo, en el panfleto artístico. Para modificar la realidad está la política, no la historieta.

 

Se quedan en silencio un largo rato. Hasta que el joven de 22 años acepta, pero hacen un pacto de sangre. Acuerdan no verse durante el mes que dure el proceso creativo, para no contaminar y no inmiscuirse en los trazos del otro. Esa noche llama a Oesterheld para contarle que van a ilustrar la historieta del revolucionario.

Del otro lado de la línea, el guionista festeja y distribuye automáticamente dos vertientes del relato biográfico. En ese sorteo arbitrario a Enrique le toca ilustrar los últimos días del Che en Bolivia y a él la niñez, adolescencia y los hechos de Sierra Maestra y la Revolución Cubana. Todo se mueve a velocidad, los editores Jorge Álvarez y Carlos Pérez, buscan que sea la primera historieta hecha luego del fusilamiento del Che.




Cuando le entrega el argumento a Enrique, le pregunta sobre el motivo que lo lleva a dibujarla y sin vacilar, el joven le responde; “por peronista”. No le discute nada, solo le hace un pedido explicito; “quiero que haya poesía en los combates” y se va. Deja trabajar a padre e hijo, a dejar que cada uno busque en su selva interior.



En cambio, Pipiolo para contar su parte de la historia se apoya en una única documentación gráfica que le acercó el editor Jorge Álvarez, dos ejemplares del diario cubano Granma. El dibujante busca la raíz. Todos los días se encierra en su buhardilla a trabajar en la vida de ese revolucionario al que admira, a diferencia de su hijo, que ve con recelo las opciones políticas del argentino-cubano. La música de la radio, rondas de mates y una gran cantidad de bocetos son el resultado de los primeros días intensos. No pretende hacer un dibujo revolucionario, como sí lo fue Mort Cinder, pero busca que se manifieste el respeto que él tiene sobre esa figura tan cuestionada por algunos sectores sociales. Se conmueve con la carta del Che a sus hijos. La última frase lo moviliza: “Acuérdense de que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros solo no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario. Hasta siempre, hijitos, espero verlos todavía. Un beso grandote y un gran abrazo de Papá”.



Esa noche, en la oscuridad del cuarto donde descansan sus libros más anhelados, siente al hombre nuevo en sus venas. Tiene miedo, son momentos duros. La pobreza personal por un lado y la cruel dictadura de Ongania por el otro. Sin tener noción del tiempo, vuelve a trabajar, dispuesto a terminar su parte del relato. La sangre se convierte en ave en pleno vuelo. Las sombras se desgranan en sus dedos, llenas de misterios, de brisas y huellas. Finalmente, termina el último cuadro.

Luego de varias noches, recibe la visita de Churrique. Él también terminó el argumento y no puede esperar para saber la opinión de su padre. Ambos, casi como un duelo de gladiadores, se pasan las páginas en un mismo movimiento. Alberto observa, respira esas imágenes. Le llama la atención los grandes planos y negros para componer las figuras. Deduce que su hijo dibujo sobre una cartulina enyesada, entintada de manera tal que la tinta excedió los límites de sus trazos. El raspaje lo hizo con una hoja de afeitar. Las líneas quinéticas realizan el movimiento y el drama del combate. Siente orgullo, se lo va a decir, pero en ese momento Enrique pregunta por el primer cuadro:

- ¿Qué significa el cuadro blanco? ¿Vendría a ser como el inicio?

- Parecés un crítico de historieta. No busqués la quinta pata al gato, está así para pegarle la partida del nacimiento del Che, que todavía no me la envió la editorial. Por cierto, hiciste un trabajo excepcional.


Sus ojos lo dicen todo. No hace falta más. Destapan la única botella de vino que reposa en la vieja cocina y brindan por la aventura que tendrá por primera vez la firma Breccia en duplicado. Ninguno imagina lo que le depara el futuro, sólo se dejan llevar por las semillas de hombre nuevo que reposa en sus páginas. Luego entenderán que el elefante de la dictadura aplastará esa sencilla y compleja historieta. Por ahora, ambos tienen a la libertad sin cadenas en sus manos, la posibilidad de sentirse vivos, pese a que el dinero por esa obra sólo alcance para la cartulina enyesada sobre la que dibujaba Enrique. No importa el vil metal, sino la posibilidad de quebrar lo estático del tiempo. Ambos se abrazan en el fuego del dolor, lleno de sangre, pero también lleno de futuro.

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