Por Pavla Ochoa
Inquietudes, suspiros en voz baja y constantes imágenes en su cerebro era el transitar de un deseo íntimo que lo atravesó toda su niñez: ser director de películas cinematográficas. Esa proyección era una chispa blanca producto de sus largas estadías junto a sus gomias en cines de barrio, como el “Nueva Chicago”, más conocido popularmente como “La Piojera”. La amistad fue la trinchera que lo protegió del frío en esa década infame y del hambre puro e insaciable de ese mundo orillero de las configuraciones complejas. José Álvarez, el Chino Guevara, Rafael Pugliese, entre otros jóvenes, fueron parte de la barra del barrio. Ellos se acercaban por el atrio de el “Alberdi” a husmear qué exhibían, pero casi siempre elegían ir al Cine Arte, donde luego funcionó el Lorraine. Construyó en su mente millones de historias a partir de ver “Carnet de Baile”, “La Gran Ilusión”, “La Kermesse Heroica” y, en particular, las que trabajaba Mae West y la actriz francesa Claudette Colbert. Luego de cada proyección un ramalazo de historias no narradas lo sacudía, era un juguete rabioso en búsqueda de la superación existencial.
En 1936, junto a sus camaradas de aventuras, integra la murga del barrio “Los Dandys de Mataderos” y pinta con cal los frentes de los clubes para poder ingresar gratis a las noches de fiesta en homenaje al rey momo. Irma Dariozzi de Breccia, segunda compañera de vida, se muestra sorprendida sobre la participación de su esposo en esa actividad festiva: “Alberto era muy tímido, aún no sé cómo se metió en “Los Dandys de Mataderos”, quizás por sus amigos. La verdad, no lo sé”.
En esas jornadas festivas que se realizan en la calle Alberdi, el joven Breccia formó parte de una pelea de gran magnitud que fue causada por un colectivo que atropelló a la mascota de la murga, Héctor Laudari, y que no frenó para socorrerlo. Se desatan los puños y la furia de los muchachos sólo se frena con la presencia de la policía. Alberto es reprimido y detenido en la departamental de los perros guardianes del orden. Esta participación activa en la fiesta popular es un misterio de su juventud que se desparramó en sus dibujos como un rompecabezas de su propia identidad: ”Tomemos la murga Dandys de Mataderos, que aparece en William Wilson; los únicos que pueden comprender lo que significa su presencia en la historia son aquellos que, como yo, han vivido en Mataderos y en una época bien precisa. Tengo referencias culturales muy particulares: fuera de su contexto, es imposible descifrarlas”.
En 1987 Tito Breccia vuelve a ese territorio donde se formó como hombre. Rosa Petrone, propietaria del periódico “Los Duendes del barrio” e integrante de las reuniones en la confitería “El Cedrón”, fue testigo de ese refugio emocional que buscó el dibujante, más allá del reconocimiento mundial por su trabajo; sus gomias del rioba; “En ese año Alberto Santamaría comienza a buscar a sus amigos de niñez y se reúnen en la sede del Banco Credicop de Alberdi con artistas del barrio y con el hermano del Torito Suárez, ídolo de su infancia. De esa jornada nace la Asociación Cultural de Mataderos (A.CU.MA) de la que Breccia fue presidente. La verdad es que toda eso fue una excusa, porque en el fondo él quería estar con sus amigos de juventud. Pero ellos fueron parte de las reuniones de El Cedrón a partir de 1989 y no de A.CU.MA, donde Alberto se sentía cómodo, pero otros como yo, que éramos artistas, nos sentíamos extraños, porque nos preguntábamos de qué vamos a discutir con un bailarín de tango como era el Chino Guevara, por eso entiendo que el objetivo de Breccia era reunir a su barra de la esquina de Oliden y nada más que eso, lo demás era un pretexto”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario