Por Pavla Ochoa
Todo es Made in Torito. Justo Suárez es una luz incandescente en la tierra de triperos y mucangueros. Oriundo deesos baldíos, el pugilista está en el pináculo de su carrera. Tito canta y silba el tango “Muñeco al suelo”de Papávero y Francisco Lomuto;
“¡Justo Juárez
solo!
¡Torito viejo y
lindazo, sácalo como sabes!
No le des
tiempo; ¡Fájalo, fájalo como sabes!
¡Justo Juárez
solo!
¡Torito viejo
rómpelo!
Ya esta listo
crúzalo”.
Ese hombre le llamaba la atención. Sabía del camino que transitó para llegar al corazón popular. Le comenta a sus pares cómo su ídolo se había desempeñado como auxiliar de cronistas deportivos en el diario “La Republica” y destaca la figura del periodista Carlos Rúa, como la persona que fue capaz de ver sus dotes boxísticas y ser el creador del apodo “El Torito de Mataderos”.Después del triunfo en la vieja cancha de River Plate ante el contrincante Tani Loayza, con 55.000 espectadores, sumado a la presencia del príncipe de Gales,Eduardo de Windsor, que estrechó la mano de los boxeadores después del match, el fanatismo por Suárez crece a pasos agigantados.
Los más jóvenes del rioba dejan de pelotear en el centro de las calles para
crear cuadriláteros improvisados en el fondo de sus hogares. Él observa cómo
explotan de gente las instalaciones del boxing club “El Coraje”, ubicado
en la calle Murgiondo y Bragado. Se asombra de los brazos que sudan miseria y
anhelos. Se sienta contra una de las paredes y ve hacer guantes a esos pibes.
Escucha las directivas a sus pupilos de Oscar Casanova, campeón olímpico, y de
Víctor Castillo, campeón argentino. Las graba en su mente para luego copiar
esas posiciones en una pared, usando su sombra como contrincante. Admira a su
hermano Humberto, que se anima a aprender el deporte con el hermano del
“Torito” en el propio patio de los Breccia. Esa experiencia boxística amateur
lo seduce, lo enamora, lo desafía a una experiencia nueva. Se imagina poder
comprarse una bata roja con letras amarillas y que lleve su nombre. Perfecciona
sus golpes a la vida, busca un cross a la mandíbula que lo ayude a obtener una
victoria contra la dura pobreza. Se humedece de estallidos de rabia. Aprende
que muchas veces se pierde aún ganando. Se refugia en la espera de algo que aún
no tiene forma. Se inspira en los proletarios de la vida que lo rodean y espera
ser como su ídolo. Sus puños en alto son consonantes y vocales para establecer
una comunicación sin intermediarios, en un lugar que fuerza a sus jóvenes a
brindar su fuerza de trabajo.
El 25 de junio de
1931 se revoluciona el vecindario. Desde la salida del sol se comienza con los
preparativos técnicos. Se instalan gramófonos a galena para que todos puedan
escuchar en la llecael combate por el titulo mundial entre Suárez y Billy
Petrolle. Caen las estrellas y Tito se sienta bajo un poste de luz. Sufre cada
segundo, cada round. Grita eufórico cada vez que el argentino sacude a Petrolle
con sus golpes.
Se contagia del
cuerpo colectivo que impulsa al argentino al triunfo. La noche parece apuntar a
un horizonte de gloria. El relator en unos segundos modifica ese presagio
popular. El énfasis del emisor se ubica en los derechazos fatales de Petrolle.
Nadie lo quiere aceptar, pero la semilla de la caída es inminente. Después de
aguantar al rival, el ex mucanguero, el ídolo popular, besa el piso del
cuadrilátero. El Torito pierde luego de setenta combates en los que nunca había
conocido la derrota. Tito no puede dejar de llorar. No encuentra consuelo.
Igualmente, reconoce el esfuerzo de ese hombre al que había visto llegar en su
Granham Paige, bien empilchado, para tomar unos mates con su madre en el patio
de su casa natal. Desolado, larga un grito entre dientes: ¡Vamos, Torito
viejo!En esa noche, todas las heridas las encierra en una flor de laurel.
El 12 de agosto de
1938 lo sorprende. No puede creer la noticia. Se desgarra por dentro. Su ídolo
ha dejado de respirar. Es un huérfano, como casi todo Mataderos. Su hijo más
pródigo los ha abandonado. Al día siguiente se acerca a Retiro a despedir los
restos que llegan de la provincia de Córdoba. Es parte de la multitud que marcha
al cementerio de Chacarita. Sus pensamientos relampaguean en su penumbra, pero
de algo está seguro. Nunca olvidará la guapeza y honestidad de ese deportista
que estuvo en la cima del boxeo internacional. En la desazón que causa el
dolor, ingresa a un local de la calle Alberdi y compra una fotografía de su
Torito. La imagen lo acompañará toda su vida, como una huella a seguir. Como
una huella que no ha de olvidar.
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