domingo, 15 de diciembre de 2024

Mataderos: Cuna de campeón


Por Pavla Ochoa


Todo es Made in Torito. Justo Suárez es una luz incandescente en la tierra de triperos y mucangueros. Oriundo deesos baldíos, el pugilista está en el pináculo de su carrera. Tito canta y silba el tango “Muñeco al suelo”de Papávero y Francisco Lomuto;

 

“¡Justo Juárez solo!

¡Torito viejo y lindazo, sácalo como sabes!

No le des tiempo; ¡Fájalo, fájalo como sabes!

¡Justo Juárez solo!

¡Torito viejo rómpelo!

Ya esta listo crúzalo”.

 

Ese hombre le llamaba la atención. Sabía del camino que transitó para llegar al corazón popular. Le comenta a sus pares cómo su ídolo se había desempeñado como auxiliar de cronistas deportivos en el diario “La Republica” y destaca la figura del periodista Carlos Rúa, como la persona que fue capaz de ver sus dotes boxísticas y ser el creador del apodo “El Torito de Mataderos”.Después del triunfo en la vieja cancha de River Plate ante el contrincante Tani Loayza, con 55.000 espectadores, sumado a la presencia del príncipe de Gales,Eduardo de Windsor, que estrechó la mano de los boxeadores después del match, el fanatismo por Suárez crece a pasos agigantados.




 Los más jóvenes del rioba dejan de pelotear en el centro de las calles para crear cuadriláteros improvisados en el fondo de sus hogares. Él observa cómo explotan de gente las instalaciones del boxing club “El Coraje”, ubicado en la calle Murgiondo y Bragado. Se asombra de los brazos que sudan miseria y anhelos. Se sienta contra una de las paredes y ve hacer guantes a esos pibes. Escucha las directivas a sus pupilos de Oscar Casanova, campeón olímpico, y de Víctor Castillo, campeón argentino. Las graba en su mente para luego copiar esas posiciones en una pared, usando su sombra como contrincante. Admira a su hermano Humberto, que se anima a aprender el deporte con el hermano del “Torito” en el propio patio de los Breccia. Esa experiencia boxística amateur lo seduce, lo enamora, lo desafía a una experiencia nueva. Se imagina poder comprarse una bata roja con letras amarillas y que lleve su nombre. Perfecciona sus golpes a la vida, busca un cross a la mandíbula que lo ayude a obtener una victoria contra la dura pobreza. Se humedece de estallidos de rabia. Aprende que muchas veces se pierde aún ganando. Se refugia en la espera de algo que aún no tiene forma. Se inspira en los proletarios de la vida que lo rodean y espera ser como su ídolo. Sus puños en alto son consonantes y vocales para establecer una comunicación sin intermediarios, en un lugar que fuerza a sus jóvenes a brindar su fuerza de trabajo.





El 25 de junio de 1931 se revoluciona el vecindario. Desde la salida del sol se comienza con los preparativos técnicos. Se instalan gramófonos a galena para que todos puedan escuchar en la llecael combate por el titulo mundial entre Suárez y Billy Petrolle. Caen las estrellas y Tito se sienta bajo un poste de luz. Sufre cada segundo, cada round. Grita eufórico cada vez que el argentino sacude a Petrolle con sus golpes.




Se contagia del cuerpo colectivo que impulsa al argentino al triunfo. La noche parece apuntar a un horizonte de gloria. El relator en unos segundos modifica ese presagio popular. El énfasis del emisor se ubica en los derechazos fatales de Petrolle. Nadie lo quiere aceptar, pero la semilla de la caída es inminente. Después de aguantar al rival, el ex mucanguero, el ídolo popular, besa el piso del cuadrilátero. El Torito pierde luego de setenta combates en los que nunca había conocido la derrota. Tito no puede dejar de llorar. No encuentra consuelo. Igualmente, reconoce el esfuerzo de ese hombre al que había visto llegar en su Granham Paige, bien empilchado, para tomar unos mates con su madre en el patio de su casa natal. Desolado, larga un grito entre dientes: ¡Vamos, Torito viejo!En esa noche, todas las heridas las encierra en una flor de laurel.




El 12 de agosto de 1938 lo sorprende. No puede creer la noticia. Se desgarra por dentro. Su ídolo ha dejado de respirar. Es un huérfano, como casi todo Mataderos. Su hijo más pródigo los ha abandonado. Al día siguiente se acerca a Retiro a despedir los restos que llegan de la provincia de Córdoba. Es parte de la multitud que marcha al cementerio de Chacarita. Sus pensamientos relampaguean en su penumbra, pero de algo está seguro. Nunca olvidará la guapeza y honestidad de ese deportista que estuvo en la cima del boxeo internacional. En la desazón que causa el dolor, ingresa a un local de la calle Alberdi y compra una fotografía de su Torito. La imagen lo acompañará toda su vida, como una huella a seguir. Como una huella que no ha de olvidar.

 

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