Por Pavla Ochoa
El otoño se mostraba demasiado frío. El miedo
y el silencio tomaban protagonismo en la ciudad donde solo se respiraba aire de
nefasta dictadura. Una mañana lluviosa, el colectivo en que viajaba fue
detenido por un grupo de soldados en el marco de un operativo. El oficial que
estaba a cargo se acercó a él y le
indicó a uno de sus subordinados:
-Revise el maletín del señor.
Hubo un silencio por parte de Tito, hasta que
abrió su equipaje de viaje urbano.
-¿Qué es esto?
-Son críticos literarios. Mire: está el nombre
del autor, el titulo de la obra, el nombre del editor.
El tipo no entendía nada sobre el contenido
del recorte periodístico, igualmente le apuntaba con su metralleta. Después de
intentar descifrar el mensaje escrito, guardó los pedazos de papel en su
bolsillo y continuó con otro pasajero, siempre mirándolo con desconfianza,
porque el milico no estaba del todo convencido.
Al volver a su casa en el pulmón de Haedo, el
infierno cívico militar ardía.
Estaba bañado de impotencia, se había enterado del secuestro de los jóvenes de enfrente por parte de los perros del orden. Los conocía de años y había escuchado la decepción en carne propia que les toco vivir en consecuencia de las acciones ejercidas por Perón en su retorno al país. En muchas ocasiones rió al escuchar al loro de los muchachos cantar la marcha peronista con mucho ímpetu, ahora tenía miedo, pero no era paralizante, sino que lo provocaba a gritar en la afonía social.
Calentó la pava de mate y se cebo unos
amargos. En la soledad de su taller de trabajo, frente al tablero pensó en voz
alta: “Si el pueblo se hubiera revelado,
esto no hubiese pasado. Quizás hubiera ocurrido una verdadera carnicería, pero
en una lucha a cara descubierta; sin torturas, sin secuestros, sin robo”. Inmediatamente, la
imagen de Rodolfo Walsh, Jorge Cafrune y de su amigo Héctor Oesteherld,
secuestrados por romper las mordazas
impuestas por el gobierno de facto se le cruzaron por la cabeza y escribió; “Carnicería de estado” en la
página de Drácula que estaba dibujando.
Especuló que si encontraban los militares esa
leyenda manuscrita lo iban a fusilar. Sintió atracción por el riesgo, por el
peligro, similar sensación que tuvo cuando Irma Dariozzi, su segunda compañera
de vida, enterró en el jardín una escopeta, el libro de Eduardo Galeano; “Las venas abiertas de
América Latina” y una revista “
El 30 de octubre de 1979, se
enteró de la muerte de Oscar Conti (Oski), su amigo
entrañable que vivía en Milán y que en
la visita a Argentina para una muestra internacional de humor terminó operado de urgencia e internado en el
Clínicas de Buenos Aires. Esta noticia junto a la de la desaparición del
guionista de El Eternauta lo llevaron a
una tristeza gigante, a un estado de
introspección que plasmó en pinturas, una actividad plástica que le apasionaba.
A
fines de 1981, en medio de una reunión familiar, Alberto comprometió
públicamente al novio de su hija, Patricia:
-Juan porque no me haces
un guión, una cosa aventurera, más o menos vendible, no una cosa hermética,
complicada.
-Bueno
maestro - respondió tibiamente el joven periodista que había intentando hacer
algunos argumentos de historietas preguntando a su colega Guillermo Saccomano,
pero con un resultado final no tan alentador.
Esa
noche, Juan volvió a su casa con el desafió impuesto por el eterno proletario
del lápiz. Golpeó
A
la mañana siguiente, sé dirigió a la trinchera de Haedo con las primeras ocho
páginas. A Breccia le fascinó la idea, tanto le gusto lo escrito
que se fue a dibujar bocetos a su cueva laboral. Salpicó con tinta aguada la
hoja en blanco y percibió que de ese modo podía sintetizar la perdida del alma
de la ciudad de Buenos Aires, donde todo era gris. Trazó con furia las figuras
de los golpitas y el resultado fue una imagen simple y contundente, calaveras
sin piel.
El
coctel de literatura, política y metáforas era perfecto, estaba frente a la
jaula y el pájaro hacia un repentino revuelo de plumas para que la denuncia
explícita del terror se multiplicara en el aire.
El
lector pudo ver las huellas del dibujante, percibir sus vacilaciones y su trazo
y hasta pudo escuchar su respiración.
Años después, Tito sonrió
con el prologo de su amigo Osvaldo Soriano y sus palabras de elogio a gran escala;
“La primera obra cumbre de la historieta
argentina está aquí (…) Sería insensato reducir esta epopeya de imágenes a una
simple alegoría sobre los males de la represión y los mecanismos del olvido. A
lo largo de estos cuadros pintados con ferocidad y ternura, Breccia y Sasturain
recorren el universo de los perseguidos y los marginales. Los sonidos recodos
de un mundo que cambia para no cambiar lo esencial (…)”.
Fueron épocas de ilustraciones
urgentes y percepciones de un hombre que tomó coraje y se animo al mundo: “Me dí cuenta que con un arma ridícula, como
un pequeño pincel, podía decir cosas muy graves, muy importantes (...) Yo creo
en el fondo ser un romántico y no un dibujante negro. Soy alguien que muestra
las heridas, siempre deseando que no existieran. Eso es un romanticismo puro,
ya que las heridas van a seguir existiendo".
Fragmento publicado en Revista Sudestada- Número 122-Septiembre de 2013
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