Por Pavla Ochoa
Esa tarde del 16 de enero de 1990, hace calor, mucho calor. La furia urbana se siente en los huesos. Pablo sube en Once al tren Sarmiento, el que va al oeste, ese donde dicen que está el agite. Su destino es Haedo. Va a visitar a Breccia, aunque los nervios no le dejan alinear las ideas. Piensa en cómo serán las paginas originales a las que imagina gigantescas, que debe llevar a la editorial. Se preocupa de no haber traído una carpeta para transportarlas. Tiene ansiedad, el universo de ese artista está sin dudas abriéndose a sus propios sueños, siente que va a ver el futuro de la historieta.
Al llegar a destino, Irma le da un vaso de agua fresca y lo lleva al estudio. Suben juntos la escalera, el sol entra por las ventanas del lugar donde el dibujante trabaja seis horas por día. El olor de las rosas del jardín llega como ardiente frio que muerde el pecho del joven. Se abriga al misterio que le genera el lugar que habita ese hombre que colecciona esqueletos de monos y de aves, frágiles como porcelanas. Los estantes con libros y piedras y literatura de cordel de España y de Portugal y plumas de cursiva inglesa y gótica alemana, hace que la música de la historia de la historieta baile en su corazón. Un cráneo humano, parece ser un guardia de fuego.
En ese clima, escucha al anfitrión decir con tristeza del creador de aventuras con mayúsculas que tuvo la historieta;
“Lo
dije infinidad de veces. Oesterheld es el mejor guionista, aquí y en todas
partes. Daban ganas de dibujar sus guiones, porque eran imaginativos, porque
sabía contar. Pero hacía muchas cosas al mismo tiempo y por eso era difícil
trabajar con él”.
El silenció
duro solo 10 segundos, que parecieron eternos. Es el mismo Pipiolo, quien
genera charla y de la galera, hace un vínculo desde las diferencias, con el Borges
de carne y hueso y el suyo, el de Perramus;”
Al que hicimos nosotros, le gusta el
futbol y Gardel, tiene otras apetencias que el Borges real. Es un homenaje que
le hicimos con Sasturain”.
Pablo, lo
escucha atentamente, pero no olvida su tarea que consiste en llevar los viejos
originales.
-Don
Alberto ¿puedo ver los originales de Vito Nervio?
Breccia, Ignora
la pregunta, le desvía la conversación; “Yo soy popular por permanencia, por
antigüedad no porque lo sea en el sentido estricto de la palabra. No me ha
preocupado nunca el lector, dibujo lo que me gusta. Una vez que el dibujo
escapa de esta mesa pierdo el control sobre él. Tampoco me preocupa su
destino…”
Esto lo
sacude, lo moviliza al visitante que no duda en insistir;” Me gustaría ver esa
paginas”.
Con un
movimiento muy leve, Alberto le señala un rincón del jardín, al lado del
limonero: “Ahí las quemé. Las quemé
todas”.
Tenía listas
toneladas de preguntas. Pero conoce a Breccia, sabe que no tiene ganas de
contar su pasado. Ahí entiende porque sentía que iba a ver el futuro de la
historieta.
Le sigue el
ritmo, él solo quiere hablar de su colección de cráneos de pájaros y monos;
“Éste lo compré en Brasil, aquel otro es una rareza. Aquel en Misiones, el
cuerpo del mono se pudría junto a un árbol, ya estaba reseco cuando lo
encontré”.
Y ahí,
Pablo comprende que no está con el dibujante, sino que en frente está el tipo
que baldea el patio, en las tardes de sol anaranjado y habla con los sapos. Él
que sale a la vereda y ve pasar la vida, los vecinos. En definitiva, el hombre
de mañanas, de recuerdos por venir.
Entonces,
ahí, recién ahí, el escritor, comienza a seguirle el ritmo a las cosas de las
que Breccia decide y quiere hablar.
Fuentes:
- Cuento; ”Un
Dibujante de historietas”, de Pablo De Santis. Libro “El Rey Secreto”-
Editorial Colihue.
- Texto
“Ventana al jardín” de Pablo De Santis - Revista “Atiza y Carbón; En Defensa de
la Historieta Nacional”- Numero 01- Noviembre 2013.
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