Por Pavla Ochoa
El tango le
llegó de muy pibe, cuando escuchaba en los fonógrafos que le prestaban a su
hermano.
Solo sabe
que le gusta Gardel. No sabe nada más. Lo escucha y lo imagina, flaco, rubio, de
bigotes. No sabe cómo es su rostro.
El barrio
esta de revuelta, su corazón también.
Carlitos va actuar en el Cine Alberdi.
Sabe que es
una cita de la que no va a faltar. No tiene dinero para la entrada, pero eso no
importa. Esa noche se acerca al lugar y lo ve hablar con sus guitarristas y la
gente. De la nada se paran dos jóvenes a mirarlo; Gardel esta de espaldas. uno
de sus colegas le dice al oído; “Te están mirando”.
Entonces
levemente, sin mirarlas en ningún momento, se da vuelta para no darles la
espalda.
Pipiolo,
está maravillado, entiende que lo hizo no para hacerse ver, sino de un gesto de
gran señor. Ahí le vio la cara, ahí conoció al zorzal del tango.
Hubo otro
encuentro casi similar, esta vez escondido en una enredadera, lo vio cantar en
un boliche que estaba frente a El Resero.
Fueron las
dos únicas veces que vio a Gardel.
Como una
broma del destino, él comenzó a trabajar en la tripería, destripando animales
el mismo día que falleció el Zorzal en la tragedia de Medellín, el 24 de junio
de 1935: “No me puedo olvidar nunca de
eso. Quedé con la mano hinchada así... Además, ¿cómo me voy a olvidar del día
en que murió Gardel y el día en que empecé a laburar? Son dos fechas que juntas
no podés olvidarlas. Me acuerdo de los diarieros voceando Crítica: ¡La muerte
de Gardel! Tenía quince, dieciséis años”.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-209534-2012-12-10.html
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