Por Pavla Ochoa
El sonido del teléfono irrumpió en la
noche. Manoteó por instinto, en la oscuridad de su cuarto, el tubo y con la voz
gastada dijo:
-Hable…
-¿Carlos, sos vos?
-Sí, Alberto ¿Por qué me lo pregunta?
-Porque te escucho raro
-Es que tengo fiebre
- ¿Y no te duele el paladar?
-No, ¿por qué?
-Porque a todos los pajeros se les caen los
dientes -inmediatamente comenzó a reír con carcajadas salvajes, sin poder
volver a hablar.
Carlos Nine miró a su mujer, desconcertado,
y comenzó a descubrir que ese hombre que nunca es amable, sino más bien
ríspido, tiene un humor muy ácido, de esos que hablan todo el tiempo puteando.
Apagó la luz y se quedó en silencio, atrapado en una sonrisa febril, sin poder
volver a pegar un ojo.
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