sábado, 4 de enero de 2025

Todo lo que sirva para dibujar

 Por Pavla Ochoa


 

La vida le pesa en el cuerpo. No puede dormir por pensar como dar pelea a la pobreza.

Está frente al espejo del baño que refleja su barba desprolija.

Todos los días son iguales, hospitales, médicos, diálisis, dolor.

Piensa en Neli, en sus hijos y en cómo va hacer para pagar la deuda que crece todos los días. Deuda destinada a pagar ese riñón artificial' que lava la sangre contaminada y se parece a una lavadora primitiva, la fabricación del líquido intercambiador es manual, hay riesgo de infecciones, alergias, intolerancias y la hipertensión arterial no tiene aún un buen control.

 Le duele el mundo. Se enchastra la cara con jabón y agarra la hoja de la Gillette y la comienza a usar de espátula. Y ahí, en ese instante, siente que tiene la respuesta para resolver algo de su dibujo. No se siente un descubridor, ni nada por el estilo, pero sí que tiene en sus manos algo para explorar.



Sube a su estudio en la planta alta de la casa, rodeado de ventanales que dan al jardín trasero donde, en verano, sube el olor de los jazmines, los limoneros y las enredaderas mezclado con el perfume de las rosas que cuida Neli. Y comienza a usar la hoja de Gillette para hacer unas montañas de paisaje en una página de Mort Cinder. Algo sucede, siente las pulsaciones del paisaje, se deja llevar en el viaje, cualquier cosa es buena para dibujar. La tinta china, el café, la ceniza con agua, los pinceles y ahora las hojitas de afeitar.

Aprende a valorar la felicidad. Siente que el mundo duele, pero se deja a esos paisajes que le propone Héctor en los argumentos del personaje que vuelve de la muerte. Es como estar frente a frente con lo que lo tortura, sus propios demonios. Nada importa, ahí está, con el infinito, una frontera común, hecha de oscuridad y silencio.

 

Foto:  Tinta Roja - documental de Carlos Ernesto Mamud.


 

 

 

 

 


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