Por Pavla Ochoa
La vida le
pesa en el cuerpo. No puede dormir por pensar como dar pelea a la pobreza.
Está frente
al espejo del baño que refleja su barba desprolija.
Todos los días
son iguales, hospitales, médicos, diálisis, dolor.
Piensa en
Neli, en sus hijos y en cómo va hacer para pagar la deuda que crece todos los
días. Deuda destinada a pagar ese riñón artificial' que lava la sangre
contaminada y se parece a una lavadora primitiva, la fabricación del líquido
intercambiador es manual, hay riesgo de infecciones, alergias, intolerancias y
la hipertensión arterial no tiene aún un buen control.
Le duele el mundo. Se enchastra la cara con
jabón y agarra la hoja de la Gillette y la comienza a usar de espátula. Y ahí,
en ese instante, siente que tiene la respuesta para resolver algo de su dibujo.
No se siente un descubridor, ni nada por el estilo, pero sí que tiene en sus
manos algo para explorar.
Sube a su estudio
en la planta alta de la casa, rodeado de ventanales que dan al jardín trasero
donde, en verano, sube el olor de los jazmines, los limoneros y las enredaderas
mezclado con el perfume de las rosas que cuida Neli. Y comienza a usar la hoja
de Gillette para hacer unas montañas de paisaje en una página de Mort Cinder. Algo
sucede, siente las pulsaciones del paisaje, se deja llevar en el viaje,
cualquier cosa es buena para dibujar. La tinta china, el café, la ceniza con
agua, los pinceles y ahora las hojitas de afeitar.
Aprende a
valorar la felicidad. Siente que el mundo duele, pero se deja a esos paisajes
que le propone Héctor en los argumentos del personaje que vuelve de la muerte.
Es como estar frente a frente con lo que lo tortura, sus propios demonios. Nada importa, ahí está, con el infinito, una frontera común, hecha de oscuridad y
silencio.
Foto: Tinta Roja - documental de Carlos Ernesto
Mamud.
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