Por Pavla Ochoa
Las primeras reuniones con sus pares del
dibujo fueron en la casa de Hugo Pratt, donde el vino y la milonga eran los
elementos esenciales de esas jornadas nocturnas. En medio de risas y anécdotas
inventadas por los nuevos camaradas de aventuras, Tito distinguió una voz que
rezaba un deseo: “Junto a mi hermano
Jorge vamos a crear una editorial de historietas y van a venir todos ustedes a
dibujar los argumentos”, pero no prestó mucha atención, porque era algo más
que decoraba la situación de algarabía. Pasaron más de dos años para que el
hombre que concretó su sueño de editorial propia, Héctor Géman Oesterheld, lo
llamara a trabajar para su empresa.
Al tiempo, el cartero le entregó la carta
que contenía el argumento que lo haría dibujar por primera vez para la
Editorial Frontera. Comenzó a leer y comprendió que la historia estaba escrita
para él, pero, pese al entusiasmo, no pudo siquiera hacer un boceto inicial,
porque tenía una gripe que lo obligó a estar en cama. Días después se acercó a
la casa de Haedo un hombre de la empresa para ver si había adelantado el
trabajo, para poder publicitar la historieta, y la respuesta fue una sincera
negativa. Pero, sin dudar y pese a la fiebre, en un papel de galletita hizo el
rostro de Scherlock Time por primera vez, ilustración que apareció publicada en
el número 8 de Hora Cero Extra, y es ahí donde se encuentran, resultado de la
improvisación pura, los rasgos imprescindibles del personaje central.
A la hora de trabajar el argumento en su
taller, observa que el planteo de Héctor es muy diferente al de Leonardo Wadel,
guionista con el que más había trabajado hasta ese momento. En el largo guión
de la historieta que tiene el título de “La Gota” las indicaciones eran
sencillas y complejas a la vez. Las marcaciones eran sólo de posición de
cámara, es decir: mpp o pp, que significaba medio primer plano y primer plano.
La libertad era el camino que dejaba Oesterheld a sus dibujantes para que la
exploren y la vuelquen en su trabajo.
Su ingreso a la Editorial Frontera fue
anunciada en un aviso publicitario bajo el título “Nace un personaje”, en un
breve texto con bombos y platillos se informaba al lector la flamante
incorporación al staff: “He aquí las dos
últimas adquisiciones que enriquecerán aun más a Hora Cero. El incomparable
dibujo de ALBERTO BRECCIA, uno de los pocos verdaderos señores de la historieta
(creador de Vito Nervio, Pancho López, etc.) y SHERLOCK TIME, otro extraordinario
personaje que, pleno de vigor y de originalidad, se incorpora a nuestro
imbatible seleccionado de grandes héroes”.
Alberto sintió que era su oportunidad. Esa
posibilidad de darle una lección a su amigo Hugo Pratt. No podía, ni quería,
olvidar esa pequeña charla en el auto de Narciso Bayón, en los bosques de
Palermo. “¿Sabes qué pasa? Pasa que vos sos una puta barata, porque te conformás
haciendo una mierda, pudiendo hacer algo mejor”, le dijo esa noche, brutalmente, el tano Pratt. Por eso entendió que
era el momento para cerrarle la jeta al dibujante de Sargento Kirk y volcar
todo su cuerpo y alma en ese trabajo de nombre Scherlock Time.
Resolvió con velocidad que el rostro del
coprotagonista de la serie, el jubilado Luna, sea su propia cara. No era la
primera vez que se copiaba frente al espejo, ya se había utilizado en varias
ocasiones como algunos villanos de reparto del “Triangulo Verde” en Vito
Nervio.
Transpiró cada cuadro, con su pincel, su
trazo grueso, su solución vigorosa, a contramano de la línea blanca. Buscó en
su interior, hasta que logró el clima adecuado en esa vieja casona donde
transcurre la aventura inicial. El resultado, una obra de vanguardia para ese
momento.
Esa ruptura en su forma de hacer historieta
fue contundente. El dibujante Roberto Fontanarrosa, incondicional de Pratt,
señaló un aspecto estilístico central de esa primera colaboración entre Breccia
y Oesterheld: “Un dibujante debía ser
muy, pero muy valeroso para meterse en aquella casa. Fundamentalmente, porque
allí dentro había desaparecido cierta referencia espacial y habían
desaparecido, más que nada, las líneas. Y eso es desconcertante para alguien
que dibuja y que, fundamentalmente, como yo, se había quedado pegado con el
estilo nítido y lineal de Roy Crane, por ejemplo (…) Allí dentro, en la densa
oscuridad de la casa, no había líneas. Sólo una colisión de blancos y negros.
De delgadas franjas de luz que se filtraban por las rendijas de los ventanales
cerrados e iban a chocar contra los polvorientos muebles, modelando las formas.
Para colmo, la casa estaba llena de adornos, de jarrones, de candelabros, de
objetos de arte. Y a todos los corporizaba Alberto contrastando los volúmenes”.
Ese cambio de timón fue de difícil
comprensión para los lectores que lo seguían de su trabajo en la revista
Patoruzito. Carlos Nine sintetizó con su experiencia personal la idea
generalizada que se tuvo de su trabajo en Frontera: “La verdad que no podía creer que fuera el mismo dibujante que hacía
Vito Nervio meses atrás. Pensé que se había vuelto loco”.
El mismo Tito comenzó a darse cuenta del
cambio por una simple acción: “Todo
indicaba que algo había cambiado cuando Sapia, un gran dibujante argentino, que
estaba en Brasil, vino un día a felicitarme por Scherlock Time; ahí me di
cuenta que lo que estaba haciendo había trascendido”.
Además, gozó al escuchar al dibujante de
Ernie Pike decir: “Me dio tanta rabia ver
tu historieta que la tengo acá escondida en el cajón, la puta madre, la miro…
Me jodiste”. La batalla había sido victoriosa. En ese instante sintió que
podía remontar vuelo a sus 40 años de edad. Que sus sueños comenzaban a tener
alas.