Por Pavla Ochoa
Copia todo lo que llega a sus manos. Hacer dibujo humorístico, le gusta, le da tranquilidad. Para quien no sabe dibujar es un lugar de seguridad, ahí una deformidad o un error de trazo se puede ver como característica de estilo. Pero, dibujo serio, es otro universo más complejo de habitar. Y él tiene que parar la olla, tiene que sumergirse a lo desconocido. Transpira cada trazo, rompe infinitas hojas. Llora y vuelve a llorar.
Copia todo
lo que llega a sus manos. Esta
asombrado, no puede creer lo que tiene enfrente. Su viejo, trajo a la casa, el
diario de Montevideo; “El País” y ahí sin aviso alguno, lee por vez primera las
tiras de Terry y los Piratas. Está descubriendo otra forma de hacer historieta,
está descubriendo a Milton Caniff.
Ese tipo rompió
el molde de lo que se venía haciendo hasta el momento. El manejo del blanco y
negro, esa forma realista de dibujar los personajes, lo enloquece. Le gusta que
meta caricatura en la historieta seria. Es como quebrar esa forma de hacer
aventuras en cuadritos, con carilindos, muñequitos que no tienen vida y darle
humanidad, eso que dibuja Caniff son tipos que existen, que Alberto los ve por
las calles. Eso le gusta.
También, le presta atención lo que Milton se llevó del cine; encuadres, secuencias y perspectivas que hasta el momento no vio que se usara así.
Lo copia.
Se da porrazos delante de la hoja de papel. Aprende a contar en blanco y negro, a
encuadrar, a usar el pincel y combinar luces y sombras.
Siente que
Caniff le está dando una lección de historieta a distancia. Y el curso por
correspondencia le llega por el periódico uruguayo. Así, como llegan las cosas,
sin aviso alguno, como un rayo en la oscuridad.
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