martes, 27 de marzo de 2018

Dentro de cuadro - Capítulo II


Por PaVla Ochoa


LA AVENTURA SIN TIEMPO

Me despierta el calor infernal. Estoy bastante sucio, toda mi ropa sangra de tierra. Me lavo los dientes con un cepillo viejo y me quedo sin explicación alguna, frente al espejo. No encuentro nada especial, sólo mi rostro cansado. De repente, otra vez la misma pregunta se desprende en el aire asfixiante del lugar: ¿Está el pasado tan muerto como creemos?





La oscuridad de la casa brilla en sus interrogantes dormidos.  Pongo a calentar el agua y luego me preparo unos mates, mientras reviso viejos libros y apuntes. Junto mis cosas y arranco. Me molesta el sol, pero es la misma ciudad la que se encarga de melancolizar mi sobriedad en la búsqueda de reconstruir ese universo misterioso que es el ayer. Hay un olor similar al tabaco de una pipa añeja, esa que tiene el saber de los años. Me quedo quieto sólo un instante y me decido nuevamente a seguir viaje.  El silencio me tapa los oídos. No puedo dejar de pensar en ese hombre: Alberto Breccia. Pero, a la vez, otros nombres pasan como viento y lo revuelven todo, porque de él se desprende casi toda la historia de las viñetas argentinas. Héctor Germán Oesterheld, Oski, Hugo Pratt, Dante Quinterno, Carlos Trillo, Francisco Solano López, Horacio Lalia, Leonardo Wadel, Carlos Garaycochea, Domingo Mandrafina, Lito Fernández, José Luis Salinas, entre otros, hicieron y hacen que la aventura entre por los poros y no te abandone nunca.  El sol es el tiempo y eso es indiscutible, pero ahora, sin que me diera cuenta, el cielo se convirtió en un mar gris. Todo alrededor está desdibujado. No llego a distinguir dónde estoy, hasta que el viento acerca a mis pies un diario. Llego a descifrar que es Clarín, lo levanto e inmediatamente voy a leer su contratapa. Es ahí donde todo se convierte en desconcierto y el asombro llega como un disparo en la sien.

JOSÉ LUIS SALINAS: SINÓNIMO DE LA AVENTURA

Es evidente que los autores y personajes de las historietas de ese periódico no son los que se publican diariamente en la actualidad, porque en el ejemplar que tengo en mis manos están El Loco Chávez, Clemente, Diógenes y el Linyera, Teodoro, entre los chistes unitarios de Fontanarrosa, Dobal  y Crist. Levanto la mirada y  me doy cuenta que ya no estoy en las mismas calles en la que todos los días naufrago. Me pregunto en voz alta: ¿Qué año es?

La fecha del periódico, sin mucho misterio, me devela la respuesta cronológica: 29 de noviembre de 1984.  No llego a entender nada de nada: ¿Estoy realmente en 1984?


Comienzo tímidamente a leer el diario y un artículo del suplemento cultural es un imán que me atrae con intensa fuerza. Su título parece una broma del destino: “Los caminos de la aventura; Salinas, Pratt, Breccia”.

Una chispa en la pluma de Sasturain enciende el fuego del pasado: “Salinas, el ilustrador brillante, el anatomista riguroso, el PROPIETARIO NATURAL de la fauna salvaje y de los trajes de época…Simultáneamente, con un mismo gesto, despliega nuestra primera gran historieta de aventuras, funda una tradición y se constituye en modelo de difícil acceso, casi un límite para las pretensiones de quienes lo siguen: NADIE puede dibujar sus caballos, las escenas de acción multitudinaria, un abordaje, un flanco de tigre…Y no es demasiado decir que toda la obra posterior -de las adaptaciones de los clásicos de aventuras al Cisco Kid- son sólo y nada más que modulaciones, variantes leves, alardes de destreza de documental o compositiva dentro de un estilo que tiene su techo propio en el clasicismo. De ahí la homogeneidad impresionante de su obra. Sin fisuras ni claudicaciones, sin saltos ni cambio de rumbo: no hay aprendizaje y búsqueda en Salinas, sino desarrollo fluido, perfeccionamiento. Como un modelo exitoso de automóvil, cada nueva entrega suma detalles a un módulo básico, inmodificable: es el espectáculo de la perfección siempre nueva y la misma. Por eso en la historia de la historieta nacional, Salinas está solo”.

Me quedé mirando la ciudad, mientras un perro imitaba un movimiento fantasmal. Recordé que la figura de Salinas a Breccia lo paralizó y le generó angustia en sus inicios, pero la fuerte convicción de querer trabajar haciendo historietas lo hizo mejorar en la profesión. Por eso, junto a Pratt y Salinas, comparte una cualidad:  los tres llegaron a la cima siendo autodidactas netos. No pude seguir con los pensamientos sueltos sobre esas leyendas del mundo de las viñetas, porque el cielo comenzó a cambiar sus colores, sin aviso alguno. De repente, todo fue viento y relámpagos.

UN HOMBRE LLAMADO SILVESTRE





Sin entender mucho de cómo iba la cosa, solo atiné a correr en búsqueda de un refugio, utilizando el periódico como paraguas improvisado.  Claro, eso no evitó que mi cuerpo se convierta en líquido puro. Empapado de lluvia, pude distinguir una vieja casa en una esquina con un viejo cartel inmobiliario que rezaba que la vivienda estaba en venta. A los tumbos, salté el alambrado y forcé la puerta de entrada para ingresar al lugar. Ya dentro, el olor a encierro, a humedad, ingresó por mis pulmones, hasta generar un cambio espontáneo del sistema respiratorio. 

Las sombras de los muebles coloniales, el silencio, me paralizó  los huesos. Por unos segundos quedé quieto, sin reacción. Hasta que fue entonces que cayó una gota. Como un reloj, le siguió otra tras otra, hasta hacerse un inmenso charco. Exploré el inmueble y un dormitorio lleno de polvo y de polillas me llamó la atención. Ni mire los libros, la luz en el centro de la habitación me atrajo con fuerza de imán. Pude sentir una respiración y grite: ¿Quién anda ahí?

Nadie respondió. Avancé unos metros hasta que pude distinguir la sombra de un cuerpo. Por un momento creí que no habría  nadie en el lugar, la aparición en escena de otra persona, cambio rotundamente la situación. Le digo quién soy. Me mira alegremente y me saluda mientras me extiende un mate. Sonrío y tomo de la bombilla, me quemo la lengua, no me importa. La lluvia sigue con sus golpes ruidosamente en el techo de chapas.

-¿Quién es usted? -le pregunte.

-Silvestre. Mi nombre es Silvestre Szilágyi -contestó el señor de 65 años de edad, de libre pelo blanco que brillaba en la oscuridad y  de flacos brazos.

No había dudas, de lejos, con ese pelo cano que llevaba algo parado -y eso acentuaba la sensación de altura-,  parecía ese terrorífico enemigo de El Eternauta: un Mano; pero de cerca era un hombre amable convertido en un improvisado cebador.

-¿Qué pasa pibe, te dio cagazo encontrarme?

- La verdad, no le voy a mentir. Sí.

- Y lo mismo me pasó a mí, flaco.

Respiré aliviado y le pregunté:
-¿Usted qué hace acá?

-Este… soy dibujante de historietas…

-Dibujante de historieta… esto sí que es casualidad.

Me doy cuenta que esta última parte del diálogo fue un calco  sin permiso de la célebre frase del histórico texto de esa obra maestra de la ciencia ficción creada por Oesterheld y Solano López, esa de la nieve mortal. Ya nada importa. Silvestre me cuenta entre mates que, como su familia había venido de Hungría, hasta los 5 años no sabía hablar español. Me cuenta que actualmente dibuja un personaje que amaba en la niñez: El Fantasma (The Phantom) y que ilustró relatos bélicos, aventureros, históricos, policiales y hasta romances. Señala algunos autores de su época de lector a quienes admiraba porque lo hacían vivir la aventura plena; Hugo Pratt, Arturo del Castillo, Alberto Breccia, José Luis Salinas y Francisco Solano López: Para mí, es muy importante esta profesión, porque puedo contar una historia con dibujos. Cada uno que quiere contar historias a veces cree que necesita utilizar un set de filmación para hacer una película, pero en realidad un lápiz y un papel es mucho más barato”.

-¿Cómo llegó a ser dibujante?

-Desde antes que tenga memoria, un abuelo me decía que yo dibujaba desde chico, cuando aún no sabía hablar, ruedas, que era lo que me llamaba la atención. Después seguí dibujando trenes, autos y a los 8 años comencé a leer historieta y copiar personajes.

-¿Conoció a Alberto Breccia?

Comienza a reír a carcajadas y me contesta:
-Sí, fui alumno de él. Una vez fui a la Editorial Columba con dibujos de aficionado y ahí me recomendaron que vaya a perfeccionarme en algún curso de dibujo y me mandaron al Instituto de  Arte (IDA), y la verdad que yo no sabía quién era Breccia. Pensé en primera instancia que hacía humorismo porque cuando él decía Mort Cinder, yo no conocía al personaje y creía que era un personaje cómico llamado “Morcilla” y cuando vi los dibujos me di cuenta que era otra cosa. Son esas cosas que pasan por no conocer.

-¿Cómo era el maestro?

-Era bastante estricto y muy serio. Decía lo que pensaba sin anestesia. Es decir, si algo no le gustaba decía: “Rómpalo y quémelo”. Esa honestidad nos servía para esmerarnos en nuestro trabajo, para que no diga eso.

Se miró al espejo como si estuviera mirando a otra persona. No paró de hablar ni por un segundo. No le importaba si lo escuchaba o no. Me dijo que lo buscara si alguna vez necesitaba algo. Ese detalle me emocionó en una ciudad donde todos andan apurados. Esta vez puse yo a calentar la pava en una pequeña lata que hacía de brasero. Hundí en la yerba una cuchara de bambú con la forma de un tobogán, la descargué sobre el mate. Incliné la calabaza para que la yerba quedara a desnivel. Mojé la yerba con agua fría y la dejé asentar. Silvestre estaba a mí lado y miraba atentamente.

 Los recuerdos flotaban en mi memoria. Él llevo la bombilla a su boca y quitó sus labios con dolor. Se ahogó unos segundos. Las lágrimas pestañeaban sus ojos.  Su lengua se había quemado por mi inexperiencia como cebador que intenté disimular con esa previa ceremonia “matera”. No me dijo nada, hizo de cuenta que nada había ocurrido y me dio un consejo por si yo era dibujante: “Pibe, tenés que dibujar todo lo que puedas del natural, en especial figura humana, tanto vestida como sin ropa, para estudiar bien todos los detalles. También hacé bocetos de animales, autos, porque ahí se traslada lo que son las tres dimensiones en la que vivimos: ancho, alto y profundidad, donde la trasladamos a dos dimensiones en una hoja. Hay que tener bien claro la diferencia entre lo que es línea y mancha, pero nunca te olvidés que la historieta es contar una historia, más allá de ser un buen dibujante. Hay que aprender a mirar a nuestros alrededores y dibujar para comunicar una idea”.

Me río, porque de chico alguna vez soñé ser un profesional del lápiz en el mundo de las viñetas. Claro, eso no prosperó, pero no sé por qué no se lo mencioné a Szilágyi. Nos quedamos hablando de fútbol, de música, de mujeres. La lluvia seguía afuera. Y volví a preguntarme: ¿Estoy realmente en 1984?  A esta altura, ya no tengo la certeza de nada.

El personaje misterioso que no dejaba de sonreir nunca, se durmió en el piso de madera, entre el polvo de los muebles y el aroma del pasado. Al rato, lo seguí. Ambos quedamos atrapados en los sueños.

DESPERTAR SIN DESPERTAR

Al día siguiente me desperté con la misma energía de quien saliera a la calle a pedir ayuda ante la amenaza de un incendio u otro peligro humano. La transpiración  es el síntoma que me dio la razón en una vieja idea que siempre he tenido: “Cada hombre lleva adentro un demonio y a veces más”. Inmediatamente, en una acto reflejo, busqué a Silvestre en  la habitación, pero ya no estaban ni el dibujante, ni la vieja casa. Ya no había nada de nada. El horizonte fue la estrella que me orientó geográficamente, pero no temporalmente. Todo alrededor era tierra y montañas. Ahí tome la decisión de caminar hacia adelante, como si eso fuera un presagio o algo similar. Mientras mis pies cansados dejaban huella en el camino, una voz comenzó a escucharse. Y cada vez más fuerte. Hasta que el grito se hizo hombre.

Ante mi cuerpo desgastado por caminar sin rumbo, encontrçe a otro en similar estado. El individuo se presentó con el nombre de José Massaroli. Recordé que ese hombre había sido dibujante de Editorial Columba y que es especialista en historieta gauchesca, una vez más un trabajador del lápiz estaba enfrente, así que, después de la obligada presentación y explicación circunstancial, le dije:

-¿Dónde miércoles estamos?

-¿Vos te creés, flaco, que si lo supiera te hubiera gritado como lo hice en esta selva desierta?

-Es que…

-¿Te ocurre algo, Fernando?

-Yo no soy Fernando. ¿Quién es usted?

De repente soy un monstruo disfrazado con ganas de romperle las muelas e hincharle los ojos. Dudo. Una bandada de perros me rodea y me les enfrentó:

-¡Fuera, perros, quítense de mi vista!

En ese instante un disparo de carabina despertó los ecos del desierto y siento como una bala que perfora mi piel. Me desmayé en el lugar, pero un buen trago de coñac me reanimó.

-Estas delirando, flaquito. ¿Por qué no te quedás tranquilo? ¿Empezamos otra vez?

Me quedo quieto y Massaroli aprovecha para contarme que casi fue alumno de Alberto Breccia y, además, me da detalles de su estadía en la empresa de la paloma. Es ahí que reacciono y nuevamente me pongo el traje de periodista y comienzo a escucharlo: “Cuando fui a buscar trabajo a Columba,  lo que me dijeron era que me olvidara de dibujantes como Breccia, señalando que  si quería estar en la empresa,  las caras tenían que ser nítidas y lindas. Evidentemente, era una fórmula que para ellos funcionaba”.

-¿Cuál era la fórmula que funcionaba?

-Columba fomentaba esa estética que mencioné para que la respeten  los dibujantes y les  imponía un concepto de aventura con fórmulas retrógradas,  obligando a copiar  a los autores más exitosos del momento. En simples palabras, apuntaba a la cantidad de material y no a la calidad.

-En los primeros años de la empresa, Alberto Breccia realizó una historieta cómica para “Páginas de Columba”, pero después no participó más en las revistas de aventuras  ¿Por qué cree que el dibujante de Mort Cinder no  volvió a trabajar para esa editorial?

-En la época en que Columba se hace un medio de comunicación masiva, Alberto estaba en su mejor etapa de experimentación y eso no estaba en los parámetros de esa editorial, que buscaba un dibujo más simple. Es por eso que en una historieta de Nippur de Lagash, donde aparece el dibujante de Mort Cinder como  un personaje, lo matan, siendo un claro símbolo de que la empresa no comulgaba con ese estilo de hacer historieta. Pero también el mismo Breccia no coincidía con esa forma de producir. Muchas veces Alberto me dijo, hablando de un dibujante de esa editorial: “No se puede hacer mierda por 20 años impunemente”.




-Al aparecer en el mercado la revista Skorpio, de editorial Record, da la sensación que Columba cambió algunos parámetros de producción. ¿Coincide con esta apreciación?

-Hubo un momento en que Columba tembló, cuando aparecieron en los kioscos las revistas de Editorial Record y vio que los dibujantes se le iban a la vereda del frente, porque pagaban más dinero y les permitían lucirse más, pero eso duró muy poco tiempo.

-Concretamente, ¿qué hizo la editorial de la palomita?

-Ante esta situación, Columba tomó dos resoluciones: aumentaron un poco los precios y dieron más trabajo. En esos tiempos el dibujante estaba acostumbrado a vivir bien y, al abrirse la posibilidad de tener más páginas, contrataron ayudantes, así les quedaba tiempo libre para hacer historietas para Europa. Entonces, lo que sucedía era que se producía cada vez más, pero el nivel de calidad cada vez era menor.

Quedé impresionado al visibilizar cómo un solo hombre puede hacerle recorrer a uno la historia misma de la historieta argentina. Hasta que el mismo Massaroli, me ubicó:

-Pará, flaquito, ni que fuera una enciclopedia viviente.

Todo era un vendaval de imágenes y recuerdos. En el viaje sin rumbo, Salinas y la Editorial Columba fueron luz en la oscuridad y un regreso inevitable a ese pasado que no está muerto como creemos.

Sin reparar en mí, Massaroli se apartó de pronto. Me dio bronca que me dejara así plantado, sin acordarse de decirme nada. Una niebla abrazó al lugar. Todo se espesaba. Apuré el paso. Aún no entendía: ¿Estas apariciones de los últimos días eran ilusión mía o todo ocurría de verdad? Pero de algo estaba seguro: ya no estaba solo.



Continuará…



Publicado originalmente en el número dos  de la revista "A Tiza y Carbón"(2014)





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