miércoles, 21 de marzo de 2018

Dentro de cuadro Capítulo 1: Huellas de dibujante


Por PaVla Ochoa

Allí estaba la casa. “Su” casa de Haedo. Rodeada de inmensos árboles y plantas.  Era más de lo que me imaginaba. Me quede quieto sintiendo el tibio y fuerte golpe del viento contra mi cara. Todo era colores indescifrables en esa estructura edilicia que albergó al más grande dibujante de estos pagos. Aún hoy se escuchan las pulsaciones de sus trazos. Ahí estaba yo, para ser más preciso en la calle Alberto Vignes al 532. Con varios recortes periodísticos en mi bolso y ejemplares de revistas de historietas, un intento incesante de saber más de lo que informa Wikipedia. Miré a los alrededores, ni un alma se acercaba a mis huesos cansados. Cerré los ojos intentando viajar en el tiempo. Pero en el fondo sabía que eso era imposible. Al abrirlos nuevamente estaba como ebrio, desorientado, aturdido. Peor no podía estar, encima alguien me observaba y se reía de mí.

¿Esta bien muchacho?- me pregunto un señor que por deducción sonora tendría alrededor de los 70 años, ya que  el efecto borrachera no me permitía ver nada.

-Más o menos- conteste

-¿Tiene las encías hinchadas?

-No.

Respiró aliviado y me dijo antes de comenzar a dar gigantes carcajadas: "Uf! menos mal, pensé que podría ser un exceso de masturbación".

No podía creer, era él. Pero la verdad era que estaba más desorientado que bola sin manija y solo veía rasgos distorsionados de su silueta. Casi como un presagio recordé una frase de una canción de Violeta Parra; “La vida es eterna en cinco minutos” y sin razonamiento alguno le consulte si era posible hacer una entrevista para un medio alternativo. Me investigó con su oficio de observador y terminó aceptando la propuesta.
Tibiamente le dije:

-¿Me permite llamarlo Tito?

-Creo que usted me confunde, mi nombre es Carlos.

- ¿Carlos Nine?

-Sí

-Por el chiste creí que usted era….

-No pibe ese comentario me lo hizo mi amigo. No des más vueltas y pregunta.

Mi ceguera no me ayudaba demasiado, así que directamente fui al grano del asunto:

-¿Cómo era el viejo?

_ Suerte que no esta para escucharte, no solamente odiaba a los especialistas teóricos de la historieta, sino que detestaba que lo denominen así.

-Esta bien, tiene razón ¿Cómo puede describirlo?

-Tenía maneras de hablar e inflexiones en la voz que me hacían recordar a la parte italiana de mi familia.  Una vez, en la provincia de Santa Cruz,  le tomé unas fotografías muy buenas, a él le gustaba que lo fotografiaran, y le dije que se parecía extraordinariamente a mi tío Mario.  Me dijo entonces que este Mario debía ser una buena persona.

Se quedo en silencio y terminó la respuesta; “La verdad, flaco que yo lo veía como una especie de padre para mí”. Sonrió y sus ojos me miraron en silencio. Entonces intente rumbear la conversación para otro lado:

-¿Usted era lector de historietas?

-Sí, fue una lectura de la adolescencia y esas experiencias son imborrables.  Era un seguidor de Sherlock Time. La verdad es que no podía creer fuera el mismo dibujante que hacía "Vito Nervio" meses atrás. Pensé que se había vuelto loco.  Lo increíble es que por ésa época vivíamos en esta misma ciudad, a pocas cuadras de distancia, aunque jamás me lo crucé.

-Pero, si  tuviera que elegir una de sus historias o de sus tiras en particular; ¿Cuál sería?

- Me quedaría con "Pancho López", "Sherlock Time", "Mort Cinder", y la recreación de cuentos infantiles clásicos que hizo con guión de Carlos Trillo, aunque en realidad me gusta todo. Durante todo el "Vito Nervio" fue un dibujante correcto, "normal".  A partir de "Pancho López" y "Sherlock Time" le dio el ataque de locura que ya no paró hasta que se murió. 

- ¿Cómo lo definiría como artista?

- Tenía la curiosidad y el afán experimentador de un renacentista.  Los "collages"
que desarrollaba en la recreación de cuentos clásicos lo acerca a los maestros del expresionismo, del último cubismo, y lo empareja con Antoni Tapiés.  En vez de tener una conciencia artística "dividida", pudo unificar sus intereses estéticos en un mismo plano.  Era un pintor que hacía historietas.  Un caso parecido al de Lyonel Feininger.

-¿Podríamos decir que era un irrespetuoso a las regla del mercado editorial?
-Era un tipo que arriesgaba todo el tiempo, él no se quedaba…porque hay tipos que se arman un estilo y se quedan a vivir ahí. En cambio Alberto llegaba a un lugar, lo dominaba perfectamente y al otro día lo tiraba a la mierda y empezaba de nuevo. Esa actitud de correr un riesgo no es habitual. Le gustaba el peligro. Además siempre vivía al borde de algo ¿no? Una desgracia familiar, algún tipo de cuestión jodida y salía para adelante. No se achicaba.

-¿Cuál era su ideología?

- Él se comprometió ideológicamente, aunque no políticamente.  Esta diferencia es sustancial.  Creía en determinadas ideas. Por ejemplo considerar a los dibujantes como trabajadores, no como aristócratas. Sentía que los partidos políticos con los que tuvo que convivir en su época no lo representaban. Es lo mismo que siente mucha gente hoy.

Nine, sentó su cuerpo en el borde del cordón de la vereda y me hizo el siguiente relato: “Hemos ido juntos a varios lugares y siempre armaba quilombo. Cuando lo ensalzaban como autor de historietas, él los mandaba a la mierda porque no se consideraba autor de historieta porque no le gustaba ni la leía. A él le interesaba la plástica y la pintura. Cuando venían los pintores para decirle: “Claro, yo creo que Ud. es de los nuestros” y qué se yo, él decía que lo dejaran de joder, que eso era arte popular, o sea la historieta. Volvía loco a todo el mundo, tiraba datos falsos todo el tiempo”.

Reaccioné de pronto al sentirme estimulado por  esas reflexiones y le consulté sobre el mito de que Breccia un día quemó los originales de Vito Nervio. Carlos, pareció como buscar la respuesta en el aire y escupió en voz alta: “Yo no lo creo, pero puede ser. Tengo un original de Vito Nervio que compré hace poco…Él era muy dramático, muy teatral, tiraba esos datos impresionantes que vos decís “¡A la mierda!” Pero anda a saber si lo hizo. Por ahí no lo hizo…ojala no lo haya hecho”. 
Su voz se quebró cuando dijo sin previo aviso un sentimiento simple y profundo: “Lo extraño mucho… Es muy duro que no esté con nosotros.  A veces es insoportable”.  

 Intente imaginar sus ojos, sus lagrimas, pero aún me encontraba mareado. Como si todo lo que me sucedía en ese momento le pasaba a otro y no a mí. Sacudí la cabeza y cuando volví en razón ya no había nadie a mi lado.

Comencé a alejarme de la casa. Seguía con toneladas de interrogantes. Ni la física cuántica, ni el marxismo, ni la anarquía o la teoría funcionalista me ayudaron para articular una respuesta sobre lo acontecido. La aventura de reconstruir la historia de vida de un gigante de la historieta, recién comenzaba para mí.




Mort Cinder en el Oeste

Me perdí entre los trenes que no llevan a ninguna parte, esos que nos regresan a algún lugar al que no queremos volver. Ya en el Sarmiento, la vista comenzó a afinarse un poco. No podía dejar de pensar en la pobreza que fue como un buitre que picoteó los pies de Breccia, desgarrando sus  zapatos, volando en círculos amenazadores alrededor. Un hombre que no se canso de repetir: “Para hacer historietas hay que estar dispuestos a sacar las tripas para afuera”. Seguir sus huellas, se convertía en una sana obsesión por mi parte.

El ruido de la serpiente metálica que atraviesa el oeste del conurbano bonaerense, me ubicó en tiempo y espacio. Pude respirar los rostros de los viajantes. Rostros con  almohadas en sus ojos de  explotados, que oxidan soles y lunas. De repente allí lo vi. Entre sombras, una silueta negra recortada apareció de la penumbra del tren. Fue una revelación sin misterios, el rostro era el de Mort Cinder.
Eran tanto lo que tenía que preguntarle…Estallé…

-¿Puede decirme  como…?

-Tranquilo joven- respondió Horacio que transpiró hace más de cincuenta años atrás  la obsesión de Breccia  por estudiar la iluminación para potenciar los contrastes que proponía Oesterheld como guionista.

No me dio tiempo a nada.: “Alberto era un gran tipo, más allá que era una especie de coraza que tenía hacia el exterior, cuando uno lo conocía veía a una persona muy sensible y no tenía tan mal carácter. Simplemente era una postura que el asumía porque no le gustaba ciertas cosas Y ponía un poco de distancia, pero realmente él era una gran persona”.

Suspendido en el tiempo, recordó su etapa de ayudante de Breccia: “Con él generalmente empecé arreglando historietas antiguas, historietas que tenía y yo las iba arreglando, le posaba y tomaba apuntes. Tiempo después le empecé a hacer algunos fondos, le hacía algunos grises, pero no intervenía en su trabajo”.

- ¿Qué le pasó internamente cuando descubrió que el  rostro de Mort Cinder estaba inspirado en el suyo?

-Como estaba permanentemente conmigo, empezó a ver mi cara a la que estaba acostumbrado a dibujarla y la torturó para que sea la de un tipo de 40 años que venía de la muerte. Tenía la mitad de la edad del personaje de Oesterheld, no imagine que iba a quedar definitivamente mi rostro. Nunca me comentó o me pidió permiso para usar mis rasgos, simplemente sucedió. Cuando le preguntaron él dijo: “De alguna forma es la cara de Horacio, pero lo que pasa es que sale un poco como Sherlock Time que es la idea de cara de lata, pero de cierta forma es la de Lalia”. La verdad es que si observan una fotografía mía de esa época, los perfiles de ambos son iguales solo que más sufrido y con ojeras.

 Esa apertura al diálogo, su  garúa de recuerdos, me brindó seguridad para decirle sin filtro alguno:

-En la entrevista con Trillo y Saccomano, Breccia mencionó que solo tenía ayudantes para que le cebaran mate y que le posaran ¿Aceptó usted esa declaración o realmente le molesto?

-Alberto era de decir esas cosas, en realidad  mi trabajo consistía en hacer el archivo aparte de cebarle mate o de posarle en algún momento, algunos fondos había hecho en Mort Cinder, pero él era muy meticuloso para que le tocaran el trabajo, realmente no le gustaba que le metieran la mano en su trabajo. Hice algunos fondos de retícula como el de la prisión, ahí me dejo meter un poco la mano, pero no me tenía solamente para cebar mate.

No habló más. Hubo un silencio absoluto. Cuando quise retomar la conversación, Lalia ya no estaba ahí. Igual a lo que ocurrió con Nine. Me deje agarrar por la incertidumbre. Todo era un ir y venir por esa vida que se quedó incrustada en la materia inerte (nunca diré muerta) de las cosas.


La Vuelta al hogar

Era obvio que era un día brecciano, por donde se mire.
Pensaba en él, todo el camino.
En su paso silencioso por su casa.
En su arte al alimentarse, siendo la pizza con ensalada una de sus comidas favoritas.
En su fanatismo por el boxeo y en la particular figura del  Justo Suárez, el “Torito” de Mataderos.
En su repentina intervención con sus amigos en la murga “Los Dandys de Mataderos”.
En su magistral yunta de retórica grafica que generaron con Oesterheld.
En su amistad con Oski.
En su amor  brindado a sus más de ocho gatos que habitaban su casa de Haedo.
En su operativo de sobrevivencia que se reducía a una sola palabra;” pucherear”, pero que nunca lo convirtió en un mercenario.
En su fidelidad a sus amigos de la infancia y a su pasado en su rioba; “Mataderos”.
En definitiva, pensaba en Breccia abarcaba todo razonamiento en ese momento.

Me estremecí en soledad mientras caminaba por el asfalto y reconstruí en una veloz imagen sensorial, su rol de jardinero. A él le gustaba juntar las hojas, podar las plantas y hacer grandes fogatas. Su compañera de vida, Irma Dariozzi de Breccia, me comentó en largas charlas que pudimos tener en estos últimos años, el asombro de Alberto cuando visitó a Sábato en tiempos de la preparación en conjunto de la adaptación en historieta de “Informe sobre ciegos” y observó que el escritor no tocaba ni una sola hoja de su jardín;” Impresionaba ver su rostro cuando miraba esas hojas en el suelo, porque a Sábato le gustaba contemplar la naturaleza sin el orden de la limpieza que lo apasionaba a él”.

Además, Irma, describió en esas conversaciones que el dibujo en Breccia fue la razón de su vida en cada despertar cotidiano;” A la mañana se levantaba, tomábamos unos mates, hasta el mediodía que comíamos algo liviano y después hasta las ocho de la noche no se levantaba de su tablero. Trabajaba con un entusiasmo, dibujó y pintó hasta tres días antes de morir, es decir previo a la internación. Hasta me hizo una caricatura, cuando me quedaba con el, media dormida. Ha sido el mejor dibujante de nuestro país, no solo porque fue mi esposo sino porque sobre todas las cosas por lo que demostró en sus obras. Fue mi maestro”.

Esas palabras, de la mujer que fue su compañera de vida,  hacían que hiciera imposible frenar mí la imaginación sobre él. La postura de alguien que nunca se consideró un “artista” y  que fue un revolucionario del Arte, es seductora.





Quizás fue instinto, pero sin explicación, apenas llegue a mi casa donde los pájaros madrugan en un chocar de ventanales y un árbol de nísperos es recuerdo niño que no detiene su caminar, aunque nunca se disfruté de sus frutos, husmeé  mis libros desordenados. Entre las telarañas del mundo de letras donde se despierta el nirvana del obrero, el regalo de Cesar Vidal, el póster de Revista Fierro de la Batalla de “La batalla de las Termópilas” de Mort Cinder firmado por Tito en 1984, se convirtió en verbo que alimentó el vacío. Busqué la fotocopia de la entrevista que Vidal le realizó en el invierno de 1987 para su revista H.G.O. En ese reportaje el dibujante habló de varias de sus obras y también de sus colegas.

H.G.O – Hablemos de Leonardo Wadel, el creador de “Vito Nervio”.

B- Fue el que creo el oficio de guionista en la Argentina, junto a Dante Quinterno. En general el dibujante hacia los guiones, letra, color; no barría el piso de la editorial por casualidad. Entonces Quinterno, que pretendía dignificar el oficio, llama a guionistas y dibujantes y los hace trabajar en equipo.

H.G.O - ¿Tenía libertad para trabajar en la Editorial Dante Quinterno?

B- Si, siempre que no hubiera sexo, excesiva violencia, cadáveres mutilados, etc. “Patoruzito” era una revista que pretendía ir dirigida a la familia.

H.G.O- ¿Qué diferencia encuentra entre los guiones de Trillo y los de Oesterheld?

B-  No se pueden comparar. Son otra cosa, otra época. Héctor jugaba mucho con la aventura. Había roto con la mistificación del bueno sin fallas y el malo sin errores.
Héctor fue el que abrió el camino para que luego lo siguieran guionistas como Trillo, Saccomanno, Sasturain y muchísimos más de primer nivel.

Me dejo atrapar por esa charla de hace 26 años atrás y no paro de reír ante la respuesta a un interrogante de mi amigo:

H.G.O- El hombre está muy marcado en sus historietas ¿Por qué la mujer aparece solo como un personaje secundario?

B- Eso habría que preguntárselo a quienes escriben mis guiones. Otra razón es que no se dibujar mujeres lindas. Me salen feas. Me gusta dibujar viejas y fuleras. Las mujeres lindas son para mirar y otras cosas. Pero no para dibujar.

Desterré una lágrima y mi mirada se perdió en el absoluto blanco de las paredes de mi buhardilla personal.

Su imagen personificada en el anticuario de Mort Cinder, abrió un interrogante en la puertas de la noche: ¿Esta el pasado tan muerto como creemos?

Sin respuestas, solo escuché el sonido de los alrededores.
Afuera el ruido tibio de la ciudad sin nombre.
Adentro mis libros y mi soledad.
Tuve en ese momento,  la certeza de que todo lo sucedido en esa jornada misteriosa era  a  penas el inicio de un largo camino en la búsqueda de un ayer con olor a presente.


Continuara…


Publicado originalmente en el número uno de la revista "A Tiza y Carbón"(2013)

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