miércoles, 3 de enero de 2018

Breccia en Billiken



Por Pavla Ochoa


El año 1964 no solo fue la visita de The Beatles a Estados Unidos que los puso en foco en todo el mundo, también fueron tiempos de anocheceres agitados para Alberto Breccia. El dibujante había terminado de hacer  Mort Cinder con Héctor Germán Oesterheld,  obra cumbre de la historieta mundial y  ahí decidió no hacer nada que tenga relación con las historias narradas en viñetas. 
 Era zona de angustia, el sufrimiento lo rodeaba. Su compañera de vida y madre de sus hijos, agonizaba por una enfermedad llamada ;"la poliquistosis". Malamente alimentado y con la humillación de presentar un certificado de indigencia al Estado, porque él ganaba entonces 4.500 pesos a la semana y su mujer necesitaba 5.000 pesos diarios de remedios. No puede siquiera sentarse en el tablero a dibujar aventuras en cuadritos y es ahí donde grita desaforadamente: “se va a la puta madre que la parió la historieta”.


El cuerpo de la pobreza era moneda corriente en los días del dibujante.

 El instinto de supervivencia no se hizo esperar, comenzó a trabajar para la revista “Mis deberes” y para “Billiken” . Ilustró en esa instancia, distintas tapas, cuentos, posters desplegables y temas diversos. Todas esas changas lo llevaron a pagar el tratamiento de su primera esposa y madre de sus tres hijxs, Nelida Garcia Barrientos. 




Neli era hija de Nicolás Enrique García y María Pilar Barreiro. Cristina Breccia, en una entrevista realizada para el Diario de Las Palmas “La Provincia” de Las Canarias- España, señaló que su abuela María, había fallecido unos años antes de la misma enfermedad ; “Murió bastante joven, según contaba mi padre, víctima de la misma enfermedad renal que luego padecieron mi tía Delia, la menor de la familia, y mi madre”.

 Lo que padeció la compañera de vida de Breccia era la  poliquistosis,  una enfermedad genética que reduce la función de los riñones y contamina la sangre con urea y creatinina. En esos años mataba de infartos y aneurismas

Alberto se deja arrastrar por los impulsos que retuercen todas las muecas del alma. Su vida se desangra. Pero ahí aprende lo que es la felicidad; "Aprendí a valorar la felicidad cuando le hacían diálisis a Neli, que no es motivo de felicidad, porque la diálisis era agotadora, venía muerta y se acostaba casi un día y después con la sangre limpia se sentía muy bien, buena, sana. Duraba 12 horas, estaba con mis hijos, conmigo, tomábamos mate, veíamos televisión. Sabía que iba a durar poco, pero en lugar de angustiarme porque pasaría aprovechaba al máximo esas pocas horas de felicidad a cuentagotas. Hay que aprovechar cada momento de felicidad".








 Todo se convierte en nevada. Donde las langostas de la pobreza avanzan estratégicamente comiéndose a los hombres. Pese a la adversidad, ingresa a trabajar para la Editorial Difusión realizando ilustraciones y portadas para las diferentes colecciones de libros y revista de historieta. No está satisfecho con su labor, pero entiende que estar frente al tablero y no sometido bajo un patrón en una fábrica, es un tesoro invalorable; “El drama de todo dibujante es tener que ganarse la vida dibujando, eso lo sabe cualquier chico que comienza y lo sabe el profesional más viejo, porque el dibujo termina haciéndose oficio, que es lo que nunca debería hacerse. Por eso yo prefiero hacer una atrocidad como hago, aunque dibujando con honestidad. Yo no soy dibujante con vergüenza, por eso prefiero hacer estos trabajos, que me permiten vivir y hacer las cosas que pueden salvarme”.


                                   




 Patricia Breccia, en la entrevista brindada a el diario español, mencionó como impacto la muerte de Neli en marzo de 1966 a la familia: "Cuando mi madre murió, yo tenía 10 años, mi hermana 15 y mi hermano 20. Durante años y años padecimos con ella su enfermedad y su dolor. Mi padre quedó devastado ante su pérdida y nosotros quedamos caminando en el vacío. Todo era desesperanzador. Vino un tiempo a cuidarnos mi abuela paterna, Amalia. Casi no tuvimos contención por parte de nadie. Nos arreglamos como pudimos, fueron épocas duras".

Pese a que los médicos le perdonaron a Alberto  parte de la deuda por la diálisis, quedó endeudado, con la casa hipotecada y sin poder pagar los intereses. En el 2014, Cristina Breccia, me  recordó en una charla que pudimos tener esos años de acreedores que lo instigaban a pagar deudas: “El acreedor que hipotecó tres veces nuestra casa se llamaba Bastaroli y debo rescatar que no la remató porque tenía buenas intenciones con mi viejo. Muchas veces yo misma tenía que decirle que no teníamos plata, era una situación horrible. Pasábamos muchos días sin comer y el dolor era como un calambre que te tuerce en dos, eso es el hambre. A dos meses de la muerte de mi mamá, bajé diez kilos y él tenía una angustia infernal, por suerte nos ayudaron los vecinos que cuando se dieron cuenta nos daban de comer. Mi viejo se forzó para salir de ese pozo anímico y económico, por nosotros, su familia. Por eso mi padre fue el mejor de los padres”.

También, Patricia Breccia, en una breve entrevista que le pude realizar por mail, me describió esa instancia oscura de su padre como fundamental en ese desarrollo gráfico proletario: “Mi viejo puteaba muchas veces, pero hacer esto era su gran pasión. Era el dibujo; también ha hecho cosas para chicos y era hermoso y diferente. Eso era lo mágico de mi papá, lo que hacía lo hacía diferente a lo que se estaba haciendo en el momento. Siempre estaba un paso más allá del resto, gráficamente. Era un obrero que experimentaba con las técnicas. Tenía un bagaje infernal. Sabía muchísimo de historieta, de dibujo, de composición, de perspectiva. Era un erudito. Y, al mismo tiempo, la cosa proletaria de laburar con las manos, en las páginas, en el jardín, en la cocina. Siempre con las manos”.




      
                                                    
La vida de Pipiolo corría cuesta abajo. Sin dormir, pero con los párpados cerrados, pensó repetidamente en sí mismo. Se preguntó: “¿Seré capaz de soportar estos tremendos golpes?” Mientras la noche eterna lo devoraba todo a pasos agigantados, sólo le respondió un eco de desierto y aletazos de buitres.

Por eso,  los trabajos de ilustración para revistas escolares, le dieron la conciencia de “proletario del lápiz” y a partir de ahí comenzó a sentir de nuevo esas ganas de relacionarse nuevamente con la historieta y haría tres paginas formidables de una historieta unitaria con guión de Oesteherld, Richard Long, pero esa es otra historie(ta).


Fuente: https://www.laprovincia.es/dominical/2018/01/01/mort-cinder-esplendor-muerte-9554925.html



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