jueves, 11 de enero de 2018

Anecdota imaginaria: Bienal 1976

Por Pabla Ochoa

Escucha atento las preguntas de Antonio Salomón, se detiene en un suspiro y responde en el clima cordobés de la Bienal de Historieta de 1976. No duda en recordar una vez más sus orígenes y reescribir el guión propio de su vida con su yerno, Norberto Buscaglia, como acompañante del acto de comunicación; “Empecé a dibujar por una cuestión genética. El dibujo en mi familia es una “tara”; mi padre, mi mujer, mis hijos, dibujan.., si yo no lo hago me muero, reviento”. 


Vuelve a mirar fijamente a los ojos del entrevistador y continúa el relato; “Me inicié en el humorismo porque tal vez en el fondo soy humorista y tengo conciencia que en humorismo es la única forma capaz de encarar ciertas cosas que de otro modo sería imposible. Después lo abandoné y me dedique a la historieta porque comprendí, después de muchos años, que es el medio de comunicación masivo y que con ella puedo llegar a infinidad de personas, y eso es lo que realmente me interesa”. 

Golpea con su puño la mesa donde está el grabador que registra su testimonio y finaliza sobre el índice de su carrera; “Me inicié como todos: copiando, muy humildemente, muy de abajo, sin darle mayor importancia a mi trabajo, considerándome como un empleado de oficina. Si esto que yo hice transcendió, soy inocente y si no hubiese trascendido también seria inocente”.

Enciende un pucho, mientras se toca su extensa barba blanca que cubre una gran parte de su rostro. Es la atmosfera retrospectiva, la cual lo hace detenerse en su primera obra en conjunto con Héctor Germán Oesterheld y en una reflexión sintética, señala el momento justo de cuando percibió que ese trabajo estaba teniendo un prestigio distinto a la historieta del detective porteño, Vito Nervio, que dibujaba con guiones de Leonardo Wadel; “Fue cuando Sapia, un gran dibujante argentino, que está en Brasil, vino un día a felicitarme por Sherlock Time, ahí me di cuenta que lo que estaba haciendo estaba trascendiendo”.

Repite hasta el cansancio que él no tiene necesidad de ser original en el género de historieta y con voz fuerte, le indica su parecer a Salomón; “¡NO! Eso de la originalidad no; el único hombre original es Adán…Lo de la expresión si, ésa es mi necesidad. Pero lo de la originalidad no. Por ejemplo hay un cuento la Pata de Mono, que yo tenía ganas de hacerlo desde hace 20 años y recién ahora que estoy viejo y domino ciertas técnicas me he animado hacerlo, y así por reflejar el ambiente que yo imaginé para el cuento. Pero no lo hago para deslumbrar a nadie; mirá, pensá que lo hago y no sé si lo voy a publicar. Lo hago para realizar un sueño de pibe; lo imaginé así y cómo puedo hacerlo me doy este pequeño lujo sin especular con el público, ni con editores”.


Sin rodeos, el troesma, se define; “No soy un historietista, soy un advenedizo, un aventurero que se mete en ella; no soy ni un dibujante, ni un pintor. Que estoy haciendo cosas que ya nada tienen que ver con la historieta. Es más, que soy un tipo que le está haciendo daño a la historieta. Soy un destructor. A mi hace poco, me dijeron una cosa que me molestó bastante. Me dijeron; “Usted es un historietista de caballete”. Por eso no sé si lo mío es válido. Los grandes maestros de la historieta fueron gente simple, pura, que creaba ilusiones… yo no sé si no las estoy destruyendo…”

Tito Breccia, sin pelos en la lengua señala que “la historieta argentina es una de las mejores del mundo” y es sencillo a la hora de describir su dibujo en los capítulos de Mort Cinder donde la aventura transcurre en una prisión; “Me gustó dibujar a todos por igual. El de la cárcel que todos elogian, a mí me aburrió enormemente”.

La última declaración es de principios y coherencia con sus ideas, cuando Antonio Salomón le pide una opinión de las bienales y particularmente de la de Córdoba¸” Vos sabés que yo he participado como jurado, presidente de Delegación, en varias Bienales, lo que no significa ningún mérito, sino sólo una experiencia y todo eso me sirvió para saber que todo aquello se maneja en forma muy fea; no quisiera que la Bienal de Córdoba se transforme en algo parecido a las otras Bienales. Me gustaría y me sentiría muy feliz si así fuera, que se mantuvieran limpia, honesta y justa”.

Termina el pucho, se levanta sin explicación alguna y se va a un rincón donde están Roberto Fontanarrosa y Caloi, entre otros colegas. Su silueta se escabulle en un universo de risas, mientras en el reportero de turno, termina de hacer algunas preguntas a Buscaglia, que aún permanece en el lugar.

FUENTE: Catalogo de la Tercera bienal, Córdoba 1976.

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