Por Pavla Ochoa
Amalia Gemelli, tomó la taza de mate cosido, se limpió el delantal y quedó inmóvil viendo el sol por la ventana mientras el sonido de los aviones del ejército sobrevolaba la ciudad, alentados por un grupo de personas excitadas en las veredas. Miró entre las sabanas a su hijo de once años y sin titubear interrumpió el sueño: “Hoy no vas a ir a la escuela, porque hay un golpe de estado”. Alberto no entendió bien pero pudo deducir que algo había cambiado a su alrededor. En su corta vida lo más importante hasta ese momento había sido atravesar la odisea de hallar la figurita “difícil” y llenar el álbum de Nestlé. Luego decidió no reclamar el premio; la pelota número 5 de cuero, para poder quedarse con la colección completa, su más preciado tesoro.
Esa tarde salió a las calles adoquinadas y ató al manubrio de su bicicleta unas temperas, unos vasos y pedaleó de Mataderos hasta San Miguel para hacer paisajes en cajas de cartón de envoltorio de alimentos. De regreso a su hogar, entre paredones de ladrillos, calles de barro y profundas nubes en el cielo que daban la sensación de estar al alcance de las manos, de tan bajas, escuchó los gritos de un joven canillita que difundía la edición extra del diario “Crítica” insistentemente: ¡Revolución! Revolución! Esta mañana el Ejercito Nacional, al mando del General Uriburu, se levantó contra el gobierno inconstitucional del señor Yrigoyen”. El niño Breccia supo que una etapa oscura había empezado en el país y se juró así mismo estar atento a la realidad política y contarla a los demás con su arma de fuego, el dibujo.
El pájaro sin jaula
-Estás loco, te dije que no
- Dale, firma.
-No, Rafael y ya no insistas.
La secuencia se repitió una y mil veces, pese al esfuerzo descomunal de uno de sus mejores amigos de la infancia, volvía a rechazar la idea de estampar su apellido a la ficha de afiliación del Partido Comunista, porque creía que ninguna estructura política partidaria representaba sus ideales.
Rafael, ese gomia que lo hizo reír a carcajadas cuando se pinto las medias con pintura negra para entrar a los bailes del rioba, vio en su mirada un rayo en la oscuridad cuando le dijo sin filtro alguno; “Quiero ser periodista”, entre la gente amontonada que esperaba como ellos llenar el plato con “puchero misterioso”, una especie de bolillero de lotería en la cocina del hambre donde el premio era un trozo de carne y el líquido caldoso solo un amargo consuelo.
El 24 de junio de 1935, Tito le comentó que había comenzado a trabajar con su padre de tripero, mostrándole sus manos que estaban hinchadas de esfuerzo pero que iba a comenzar a dibujar. Tres años después, le obsequió el primer número de una revista que hizo con su hermano Miguel llamada simplemente “Acento” con fuerte influencia de la revista Claridad.
Rafael, distinguió que los dibujos estaban bajo el nombre de “Veritas” y se detuvo a leer dos artículos literarios que si tenían la firma de Alberto Breccia.
“Éramos jóvenes e idealistas, con inquietudes sociales (…) Eso sí, la revista la regalábamos porque nadie la quería comprar”; recordó años después el dibujante sobre esa experiencia. En ese momento, Rafael comprendió que él no tenía miedo de fracasar como artista porque no se consideraba como tal, sino que él se veía a si mismo como un trabajador, lo que le daba libertad, esa era su ideología.
Metamorfosis de tinta
Las primeras reuniones con sus pares del dibujo fueron en la casa del “Tano” Pratt, donde el vino y la milonga eran los elementos esenciales de esas jornadas nocturnas.
En medio de risas y anécdotas inventadas por los nuevos camaradas de aventuras, Tito distinguió una voz que rezaba un deseo: “Junto a mi hermano Jorge vamos a crear una editorial de historietas y van a venir todos ustedes a dibujar los argumentos”, pero no prestó mucha atención, porque era algo más que decoraba la situación de algarabía.
Se sentía feliz, todo era logró del esfuerzo de aprender a dibujar, estaba orgulloso de que la gente lo reconociera por su trazo en Vito Nervio y de poder dejar atrás las moscas del frigorífico.
Días después en el barrio de Palermo, enfureció al escuchar el sermón del anfitrión de esas tertulias: “Vos sos una puta barata, porque estás haciendo mierda pudiendo hacer algo mejor”.Con rabia en la mirada aceptó la propuesta de Héctor Gérman Oesterheld de incorporarse a esa idea que había escuchado murmurar pero que se había concretado en la Editorial Frontera El resultado fue “Sherlock Time”, un cambio rotundo en su grafica, al extremo que sus lectores no podían creer que fuera el mismo dibujante que hacía "Vito Nervio" meses atrás, la única explicación que algunos aceptaban era que se había “vuelto loco”.
Gozó al escuchar al dibujante de Ernie Pike decir:”Me dio tanta rabia ver tu historieta que la tengo acá escondida. Pero es muy buena”. En ese instante sintió que podía remontar vuelo a sus 40 años de edad.
Luego de esa explosión enunciativa, volvió a trabajar con Gérman en 1962. El guionista venia de cerrar su editorial por problemas económicos y retornaba a trabajar bajo contrato en la segunda etapa de la mítica revista Misterix, de la Editorial Yago, mientras que Alberto manifestaba la angustia de padre y de hombre por la enfermedad de su esposa, Nélida García.
Todo estaba contaminado de angustia.
Estos universos en crisis fueron parte de la retórica de Mort Cinder. Sintió en ese tiempo el dolor en las uñas, en sus hijos, en el mundo de panzas hambrientas. Abandonó su rol de docente en la Escuela Panamericana de Arte y se sumergió en una oscuridad digna de ser trabajada por sus propios pinceles.
Su cuerpo se inclinaba al subsuelo.
Los acreedores lo instigaban a pagar deudas, todo era un viajar por las profundidades de la soledad. El sonido del teléfono quebró lo estático, era Oesterheld que lo apuraba a terminar “Richard Long”, un encargo para la revista Karina. Sin entusiasmo alguno y con un dolor de muela, decidió usar el collage. La crítica elogió su capacidad de resumen del relato, obviando el motivo particular del uso de esa técnica. Después de esa situación, se lo escuchaba declarar algo de lo que realmente estaba convencido: “Éramos felices hasta que aparecieron los especialistas en historieta y ahí cagamos”.Tanto había cambiado su rumbo en comparación a sus primeros trazos que resolvió quemar en el patio de su casa de Haedo los originales de Vito Nervio, sentía que él ya no era el mismo.
Llamas de furia
El otoño se mostraba demasiado frío. El miedo y el silencio tomaban protagonismo en la ciudad donde solo se respiraba aire de nefasta dictadura. Una mañana lluviosa, el colectivo en que viajaba fue detenido por un grupo de soldados en el marco de un operativo. Después de pasar la revisión del milico, al volver a su casa en el pulmón de Haedo, el infierno cívico militar ardía.
Estaba bañado de impotencia, se había enterado del secuestro de los jóvenes de enfrente por parte de los perros del orden. Los conocía de años y había escuchado la decepción en carne propia que les toco vivir en consecuencia de las acciones ejercidas por Perón en su retorno al país. En muchas ocasiones rió al escuchar al loro de los muchachos cantar la marcha peronista con mucho ímpetu, ahora tenía miedo, pero no era paralizante, sino que lo provocaba a gritar en la afonía social.
Calentó la pava de mate y se cebo unos amargos. En la soledad de su taller de trabajo, frente al tablero pensó en voz alta: “Si el pueblo se hubiera revelado, esto no hubiese pasado. Quizás hubiera ocurrido una verdadera carnicería, pero en una lucha a cara descubierta; sin torturas, sin secuestros, sin robo”. Inmediatamente, la imagen de Rodolfo Walsh, Jorge Cafrune y de su amigo Héctor Oesteherld, secuestrados por romper las mordazas impuestas por el gobierno de facto se le cruzaron por la cabeza y escribió; “Carnicería de estado” en la página de Drácula que estaba dibujando.
Especuló que si encontraban los militares esa leyenda manuscrita lo iban a fusilar. Sintió atracción por el riesgo, por el peligro, similar sensación que tuvo cuando Irma Dariozzi, su segunda compañera de vida, enterró en el jardín una escopeta, el libro de Eduardo Galeano; “Las venas abiertas de América Latina” y una revista “La Vida del Che” que dibujo junto a su hijo Enrique en tiempos dictatoriales de Ongania. Esta vez todo era distinto, el llamado “Proceso de Reorganización Nacional” era un plan de muerte planificado y él no se iba a quedar quieto mirando hacia otro lugar.
El 30 de octubre de 1979, se enteró de la muerte de Oscar Conti (Oski), su amigo entrañable que vivía en Milán y que en la visita a Argentina para una muestra internacional de humor terminó operado de urgencia e internado en el Clínicas de Buenos Aires. Esta noticia junto a la de la desaparición del guionista de El Eternauta lo llevaron a una tristeza gigante, a un estado de introspección que plasmó en pinturas, una actividad plástica que le apasionaba.
A fines de 1981, en medio de una reunión familiar, Alberto comprometió públicamente al novio de su hija, Patricia:
-Juan porque no me haces un guión, una cosa aventurera, más o menos vendible, no una cosa hermética, complicada.
-Bueno maestro - respondió tibiamente el joven periodista que había intentando hacer algunos argumentos de historietas preguntando a su colega Guillermo Saccomano, pero con un resultado final no tan alentador.
Esa noche, Juan volvió a su casa con el desafió impuesto por el eterno proletario del lápiz. Golpeó la Olivetti durante horas, hasta que escupió cicatrices de sobreviviente. Era muy tarde cuando terminó el guión de Perramus.
A la mañana siguiente, sé dirigió a la trinchera de Haedo con las primeras ocho páginas. A Breccia le fascinó la idea, tanto le gusto lo escrito que se fue a dibujar bocetos a su cueva laboral. Salpicó con tinta aguada la hoja en blanco y percibió que de ese modo podía sintetizar la perdida del alma de la ciudad de Buenos Aires, donde todo era gris. Trazó con furia las figuras de los golpitas y el resultado fue una imagen simple y contundente, calaveras sin piel.
El coctel de literatura, política y metáforas era perfecto, estaba frente a la jaula y el pájaro hacia un repentino revuelo de plumas para que la denuncia explícita del terror se multiplicara en el aire.
El lector pudo ver las huellas del dibujante, percibir sus vacilaciones y su trazo y hasta pudo escuchar su respiración.
Años después, Tito sonrió con el prologo de su amigo Osvaldo Soriano y sus palabras de elogio a gran escala; “La primera obra cumbre de la historieta argentina está aquí (…) Sería insensato reducir esta epopeya de imágenes a una simple alegoría sobre los males de la represión y los mecanismos del olvido. A lo largo de estos cuadros pintados con ferocidad y ternura, Breccia y Sasturain recorren el universo de los perseguidos y los marginales. Los sonidos recodos de un mundo que cambia para no cambiar lo esencial (…)”.
Fueron épocas de ilustraciones urgentes y percepciones de un hombre que tomó coraje y se animo al mundo: “Me dí cuenta que con un arma ridícula, como un pequeño pincel, podía decir cosas muy graves, muy importantes (...) Yo creo en el fondo ser un romántico y no un dibujante negro. Soy alguien que muestra las heridas, siempre deseando que no existieran. Eso es un romanticismo puro, ya que las heridas van a seguir existiendo".
Pinceladas en la piel
Alberto Breccia, fue un desobediente a las reglas del mercado. Jamás olvidó su rol de comunicador sobre las realidades que lo rodearon: Me formé con la gente del suburbio, la gente que vivía al margen de la gran ciudad. Después, con mucho esfuerzo y mucho trabajo comencé a afinarme un poco. Pero en el fondo sigo siendo un hombre de barrio. El resto no es más que una pincelada de barniz “.
Todo elemento que lo rodeaba le revelaba un nuevo camino a transitar. Utilizó para trabajar: “los dedos, la palma de la mano, palitos, vidrio, cepillo de dientes”. Lo que estuviera al alcance de sus manos como el martillo al pincel, la gillette a la pluma o manubrios de bicicleta, servia para poder expresar sus ideas del mundo.
En su vida se descubrió y se inventó cada vez que se enfrentó a la hoja en blanco para enunciar gráficamente un pensamiento o un sentir:” ¿Por qué debo continuar dibujando siempre del mismo modo? Cuando dibujo, soy yo mismo siempre, sólo cambio los signos con los que exprimo un concepto. Tener un estilo personal, este tipo de sello de garantía es simplemente pararse en el punto en que alcanzamos el éxito."
El rioba, el boxeo, la literatura y el tango fueron los cimientos de su "cosmogonía" hasta el día de su muerte el 10 de noviembre de 1993;” En mis dibujos y mis pinturas hay siempre una callecita de barrio, siempre. Está siempre el suburbio (…) Mis amigos eran obreros, mis primeras novias eran novias de obreros, es decir. La música que se escuchaba era la que se escuchaba en las ciudades obreras, el tango".
La libertad fue la inamovible postura de vida de un hombre que retrato las heridas del ser humano y las de su propio ser.
“El Proletario del lápiz", es una nota que escribi para la sección Malditos publicado en la revista Sudestada Nº 122, agosto de 2013.
Aclaración necesaria para no generar caos en lxs lectorxs ; en la nota gráfica aparece en la firma mi viejo nombre antes de la transformación del ser, en este posteo la modifico con el nombre de mi identidad autopercibida .