Por PaVla Ochoa
LA
AVENTURA SIN TIEMPO
Me despierta el calor infernal. Estoy
bastante sucio, toda mi ropa sangra de tierra. Me lavo los dientes con un
cepillo viejo y me quedo sin explicación alguna, frente al espejo. No encuentro
nada especial, sólo mi rostro cansado. De repente, otra vez la misma pregunta
se desprende en el aire asfixiante del lugar: ¿Está el pasado tan muerto como
creemos?
La oscuridad de la casa brilla en sus
interrogantes dormidos. Pongo a calentar
el agua y luego me preparo unos mates, mientras reviso viejos libros y apuntes.
Junto mis cosas y arranco. Me molesta el sol, pero es la misma ciudad la que se
encarga de melancolizar mi sobriedad en la búsqueda de reconstruir ese universo
misterioso que es el ayer. Hay un olor similar al tabaco de una pipa añeja, esa
que tiene el saber de los años. Me quedo quieto sólo un instante y me decido
nuevamente a seguir viaje. El silencio
me tapa los oídos. No puedo dejar de pensar en ese hombre: Alberto Breccia.
Pero, a la vez, otros nombres pasan como viento y lo revuelven todo, porque de
él se desprende casi toda la historia de las viñetas argentinas. Héctor Germán Oesterheld, Oski, Hugo Pratt, Dante Quinterno, Carlos Trillo,
Francisco Solano López, Horacio Lalia, Leonardo Wadel, Carlos Garaycochea,
Domingo Mandrafina, Lito Fernández, José Luis Salinas, entre otros,
hicieron y hacen que la aventura entre por los poros y no te abandone
nunca. El sol es el tiempo y eso es
indiscutible, pero ahora, sin que me diera cuenta, el cielo se convirtió en un
mar gris. Todo alrededor está desdibujado. No llego a distinguir dónde estoy,
hasta que el viento acerca a mis pies un diario. Llego a descifrar que es Clarín, lo levanto e inmediatamente voy
a leer su contratapa. Es ahí donde todo se convierte en desconcierto y el
asombro llega como un disparo en la sien.
JOSÉ LUIS SALINAS: SINÓNIMO DE LA
AVENTURA
Es evidente que los autores y personajes de
las historietas de ese periódico no son los que se publican diariamente en la
actualidad, porque en el ejemplar que tengo en mis manos están El Loco
Chávez, Clemente, Diógenes y el
Linyera, Teodoro, entre los chistes unitarios de Fontanarrosa, Dobal y Crist.
Levanto la mirada y me doy cuenta que ya
no estoy en las mismas calles en la que todos los días naufrago. Me pregunto en
voz alta: ¿Qué año es?
La fecha del periódico, sin mucho misterio,
me devela la respuesta cronológica: 29 de noviembre de 1984. No llego a entender nada de nada: ¿Estoy realmente en 1984?
Comienzo tímidamente a leer el diario y un
artículo del suplemento cultural es un imán que me atrae con intensa fuerza. Su
título parece una broma del destino: “Los
caminos de la aventura; Salinas, Pratt, Breccia”.
Una chispa en la pluma de Sasturain
enciende el fuego del pasado: “Salinas,
el ilustrador brillante, el anatomista riguroso, el PROPIETARIO NATURAL de la
fauna salvaje y de los trajes de época…Simultáneamente, con un mismo gesto,
despliega nuestra primera gran historieta de aventuras, funda una tradición y
se constituye en modelo de difícil acceso, casi un límite para las pretensiones
de quienes lo siguen: NADIE puede dibujar sus caballos, las escenas de acción
multitudinaria, un abordaje, un flanco de tigre…Y no es demasiado decir que
toda la obra posterior -de las adaptaciones de los clásicos de aventuras al
Cisco Kid- son sólo y nada más que modulaciones, variantes leves, alardes de
destreza de documental o compositiva dentro de un estilo que tiene su techo
propio en el clasicismo. De ahí la homogeneidad impresionante de su obra. Sin
fisuras ni claudicaciones, sin saltos ni cambio de rumbo: no hay aprendizaje y
búsqueda en Salinas, sino desarrollo fluido, perfeccionamiento. Como un modelo
exitoso de automóvil, cada nueva entrega suma detalles a un módulo básico,
inmodificable: es el espectáculo de la perfección siempre nueva y la misma. Por
eso en la historia de la historieta nacional, Salinas está solo”.
Me quedé mirando la ciudad, mientras un
perro imitaba un movimiento fantasmal. Recordé que la figura de Salinas a
Breccia lo paralizó y le generó angustia en sus inicios, pero la fuerte
convicción de querer trabajar haciendo historietas lo hizo mejorar en la
profesión. Por eso, junto a Pratt y Salinas, comparte una cualidad: los tres llegaron a la cima siendo
autodidactas netos. No pude seguir con los pensamientos sueltos sobre esas
leyendas del mundo de las viñetas, porque el cielo comenzó a cambiar sus
colores, sin aviso alguno. De repente, todo fue viento y relámpagos.
Sin entender mucho de cómo iba la cosa,
solo atiné a correr en búsqueda de un refugio, utilizando el periódico como
paraguas improvisado. Claro, eso no
evitó que mi cuerpo se convierta en líquido puro. Empapado de lluvia, pude
distinguir una vieja casa en una esquina con un viejo cartel inmobiliario que
rezaba que la vivienda estaba en venta. A los tumbos, salté el alambrado y
forcé la puerta de entrada para ingresar al lugar. Ya dentro, el olor a
encierro, a humedad, ingresó por mis pulmones, hasta generar un cambio
espontáneo del sistema respiratorio.
Las sombras de los muebles coloniales, el silencio, me paralizó los huesos. Por unos segundos quedé quieto, sin reacción. Hasta que fue entonces que cayó una gota. Como un reloj, le siguió otra tras otra, hasta hacerse un inmenso charco. Exploré el inmueble y un dormitorio lleno de polvo y de polillas me llamó la atención. Ni mire los libros, la luz en el centro de la habitación me atrajo con fuerza de imán. Pude sentir una respiración y grite: ¿Quién anda ahí?
Las sombras de los muebles coloniales, el silencio, me paralizó los huesos. Por unos segundos quedé quieto, sin reacción. Hasta que fue entonces que cayó una gota. Como un reloj, le siguió otra tras otra, hasta hacerse un inmenso charco. Exploré el inmueble y un dormitorio lleno de polvo y de polillas me llamó la atención. Ni mire los libros, la luz en el centro de la habitación me atrajo con fuerza de imán. Pude sentir una respiración y grite: ¿Quién anda ahí?
Nadie respondió. Avancé unos metros hasta
que pude distinguir la sombra de un cuerpo. Por un momento creí que no
habría nadie en el lugar, la aparición
en escena de otra persona, cambio rotundamente la situación. Le digo quién soy.
Me mira alegremente y me saluda mientras me extiende un mate. Sonrío y tomo de
la bombilla, me quemo la lengua, no me importa. La lluvia sigue con sus golpes
ruidosamente en el techo de chapas.
-¿Quién es usted? -le pregunte.
-Silvestre. Mi nombre es Silvestre Szilágyi
-contestó el señor de 65 años de edad, de libre pelo blanco que brillaba en la
oscuridad y de flacos brazos.
No había dudas, de lejos, con ese pelo cano
que llevaba algo parado -y eso acentuaba la sensación de altura-, parecía ese terrorífico enemigo de El
Eternauta: un Mano; pero de cerca era un hombre amable convertido en un
improvisado cebador.
-¿Qué pasa pibe, te dio cagazo encontrarme?
- La verdad, no le voy a mentir. Sí.
- Y lo mismo me pasó a mí, flaco.
Respiré aliviado y le pregunté:
-¿Usted qué hace acá?
-Este… soy dibujante de historietas…
-Dibujante de historieta… esto sí que es
casualidad.
Me doy cuenta que esta última parte del
diálogo fue un calco sin permiso de la
célebre frase del histórico texto de esa obra maestra de la ciencia ficción
creada por Oesterheld y Solano López, esa de la nieve mortal. Ya nada importa.
Silvestre me cuenta entre mates que, como su familia había venido de Hungría,
hasta los 5 años no sabía hablar español. Me cuenta que actualmente dibuja un
personaje que amaba en la niñez: El Fantasma (The Phantom) y que ilustró
relatos bélicos, aventureros, históricos, policiales y hasta romances. Señala
algunos autores de su época de lector a quienes admiraba porque lo hacían vivir
la aventura plena; Hugo Pratt, Arturo del Castillo, Alberto Breccia, José Luis Salinas y
Francisco Solano López: “Para
mí, es muy importante esta profesión, porque puedo contar una historia con
dibujos. Cada uno que quiere contar historias a veces cree que necesita
utilizar un set de filmación para hacer una película, pero en realidad un lápiz
y un papel es mucho más barato”.
-¿Cómo llegó a ser dibujante?
-Desde antes que tenga memoria, un abuelo
me decía que yo dibujaba desde chico, cuando aún no sabía hablar, ruedas, que
era lo que me llamaba la atención. Después seguí dibujando trenes, autos y a
los 8 años comencé a leer historieta y copiar personajes.
-¿Conoció a Alberto Breccia?
Comienza a reír a carcajadas y me contesta:
-Sí, fui alumno de él. Una vez fui a la
Editorial Columba con dibujos de aficionado y ahí me recomendaron que vaya a
perfeccionarme en algún curso de dibujo y me mandaron al Instituto de Arte (IDA), y la verdad que yo no sabía quién
era Breccia. Pensé en primera instancia que hacía humorismo porque cuando él
decía Mort Cinder, yo no conocía al personaje y creía que era un personaje
cómico llamado “Morcilla” y cuando vi los dibujos me di cuenta que era otra
cosa. Son esas cosas que pasan por no conocer.
-¿Cómo era el maestro?
-Era bastante estricto y muy serio. Decía
lo que pensaba sin anestesia. Es decir, si algo no le gustaba decía: “Rómpalo y
quémelo”. Esa honestidad nos servía para esmerarnos en nuestro trabajo, para
que no diga eso.
Se miró al espejo como si estuviera mirando
a otra persona. No paró de hablar ni por un segundo. No le importaba si lo
escuchaba o no. Me dijo que lo buscara si alguna vez necesitaba algo. Ese
detalle me emocionó en una ciudad donde todos andan apurados. Esta vez puse yo
a calentar la pava en una pequeña lata que hacía de brasero. Hundí en la yerba
una cuchara de bambú con la forma de un tobogán, la descargué sobre el mate.
Incliné la calabaza para que la yerba quedara a desnivel. Mojé la yerba con
agua fría y la dejé asentar. Silvestre estaba a mí lado y miraba atentamente.
Los recuerdos flotaban en mi memoria. Él llevo la bombilla a su boca y quitó
sus labios con dolor. Se ahogó unos segundos. Las lágrimas pestañeaban sus
ojos. Su lengua se había quemado por mi
inexperiencia como cebador que intenté disimular con esa previa ceremonia
“matera”. No me dijo nada, hizo de cuenta que nada había ocurrido y me dio un
consejo por si yo era dibujante: “Pibe, tenés que dibujar todo lo que puedas
del natural, en especial figura humana, tanto vestida como sin ropa, para
estudiar bien todos los detalles. También hacé bocetos de animales, autos,
porque ahí se traslada lo que son las tres dimensiones en la que vivimos: ancho,
alto y profundidad, donde la trasladamos a dos dimensiones en una hoja. Hay que
tener bien claro la diferencia entre lo que es línea y mancha, pero nunca te
olvidés que la historieta es contar una historia, más allá de ser un buen
dibujante. Hay que aprender a mirar a nuestros alrededores y dibujar para
comunicar una idea”.
Me río, porque de chico alguna vez soñé ser
un profesional del lápiz en el mundo de las viñetas. Claro, eso no prosperó,
pero no sé por qué no se lo mencioné a Szilágyi. Nos quedamos hablando de
fútbol, de música, de mujeres. La lluvia seguía afuera. Y volví a preguntarme:
¿Estoy realmente en 1984? A esta altura,
ya no tengo la certeza de nada.
El personaje misterioso que no dejaba de
sonreir nunca, se durmió en el piso de madera, entre el polvo de los muebles y
el aroma del pasado. Al rato, lo seguí. Ambos quedamos atrapados en los sueños.
DESPERTAR SIN DESPERTAR
Al día siguiente me desperté con la misma
energía de quien saliera a la calle a pedir ayuda ante la amenaza de un
incendio u otro peligro humano. La transpiración es el síntoma que me dio la razón en una
vieja idea que siempre he tenido: “Cada hombre lleva adentro un demonio y a
veces más”. Inmediatamente, en una acto reflejo, busqué a Silvestre en la habitación, pero ya no estaban ni el
dibujante, ni la vieja casa. Ya no había nada de nada. El horizonte fue la
estrella que me orientó geográficamente, pero no temporalmente. Todo alrededor
era tierra y montañas. Ahí tome la decisión de caminar hacia adelante, como si
eso fuera un presagio o algo similar. Mientras mis pies cansados dejaban huella
en el camino, una voz comenzó a escucharse. Y cada vez más fuerte. Hasta que el
grito se hizo hombre.
Ante mi cuerpo desgastado por caminar sin
rumbo, encontrçe a otro en similar estado. El individuo se presentó con el
nombre de José Massaroli. Recordé que ese hombre había sido dibujante de
Editorial Columba y que es especialista en historieta gauchesca, una vez más un
trabajador del lápiz estaba enfrente, así que, después de la obligada
presentación y explicación circunstancial, le dije:
-¿Dónde miércoles estamos?
-¿Vos te creés, flaco, que si lo supiera te
hubiera gritado como lo hice en esta selva desierta?
-Es que…
-¿Te ocurre algo, Fernando?
-Yo no soy Fernando. ¿Quién es usted?
De repente soy un monstruo disfrazado con
ganas de romperle las muelas e hincharle los ojos. Dudo. Una bandada de perros
me rodea y me les enfrentó:
-¡Fuera, perros, quítense de mi vista!
En ese instante un disparo de carabina
despertó los ecos del desierto y siento como una bala que perfora mi piel. Me
desmayé en el lugar, pero un buen trago de coñac me reanimó.
-Estas delirando, flaquito. ¿Por qué no te
quedás tranquilo? ¿Empezamos otra vez?
Me quedo quieto y Massaroli aprovecha para
contarme que casi fue alumno de Alberto Breccia y, además, me da detalles de su
estadía en la empresa de la paloma. Es ahí que reacciono y nuevamente me pongo
el traje de periodista y comienzo a escucharlo: “Cuando fui a buscar trabajo a Columba, lo que me dijeron era que me olvidara de
dibujantes como Breccia, señalando que
si quería estar en la empresa,
las caras tenían que ser nítidas y lindas. Evidentemente, era una
fórmula que para ellos funcionaba”.
-¿Cuál era la fórmula que funcionaba?
-Columba fomentaba esa estética que
mencioné para que la respeten los
dibujantes y les imponía un concepto de
aventura con fórmulas retrógradas,
obligando a copiar a los autores
más exitosos del momento. En simples palabras, apuntaba a la cantidad de
material y no a la calidad.
-En los primeros años de la empresa,
Alberto Breccia realizó una historieta cómica para “Páginas de Columba”, pero
después no participó más en las revistas de aventuras ¿Por qué cree que el dibujante de Mort Cinder
no volvió a trabajar para esa editorial?
-En la época en que Columba se hace un
medio de comunicación masiva, Alberto estaba en su mejor etapa de
experimentación y eso no estaba en los parámetros de esa editorial, que buscaba
un dibujo más simple. Es por eso que en una historieta de Nippur de Lagash,
donde aparece el dibujante de Mort Cinder como
un personaje, lo matan, siendo un claro símbolo de que la empresa no
comulgaba con ese estilo de hacer historieta. Pero también el mismo Breccia no
coincidía con esa forma de producir. Muchas veces Alberto me dijo, hablando de
un dibujante de esa editorial: “No se puede hacer mierda por 20 años
impunemente”.
-Al aparecer en el mercado la revista
Skorpio, de editorial Record, da la sensación que Columba cambió algunos
parámetros de producción. ¿Coincide con esta apreciación?
-Hubo un momento en que Columba tembló,
cuando aparecieron en los kioscos las revistas de Editorial Record y vio que
los dibujantes se le iban a la vereda del frente, porque pagaban más dinero y
les permitían lucirse más, pero eso duró muy poco tiempo.
-Concretamente, ¿qué hizo la editorial de
la palomita?
-Ante esta situación, Columba tomó dos
resoluciones: aumentaron un poco los precios y dieron más trabajo. En esos
tiempos el dibujante estaba acostumbrado a vivir bien y, al abrirse la posibilidad
de tener más páginas, contrataron ayudantes, así les quedaba tiempo libre para
hacer historietas para Europa. Entonces, lo que sucedía era que se producía
cada vez más, pero el nivel de calidad cada vez era menor.
Quedé impresionado al visibilizar cómo un
solo hombre puede hacerle recorrer a uno la historia misma de la historieta
argentina. Hasta que el mismo Massaroli, me ubicó:
-Pará, flaquito, ni que fuera una
enciclopedia viviente.
Todo era un vendaval de imágenes y
recuerdos. En el viaje sin rumbo, Salinas y la Editorial Columba fueron luz en
la oscuridad y un regreso inevitable a ese pasado que no está muerto como
creemos.
Sin reparar en mí, Massaroli se apartó de
pronto. Me dio bronca que me dejara así plantado, sin acordarse de decirme nada.
Una niebla abrazó al lugar. Todo se espesaba. Apuré el paso. Aún no entendía:
¿Estas apariciones de los últimos días eran ilusión mía o todo ocurría de
verdad? Pero de algo estaba seguro: ya no estaba solo.
Continuará…
Publicado originalmente en el número dos de la revista "A Tiza y Carbón"(2014)
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