jueves, 11 de enero de 2018

Tito Breccia


Por Pabla Ochoa

Trabajador. La acepción de una palabra es suficiente para definir la vida y obra de Alberto Breccia. Con vientos fuertes y profundas tormentas, siempre tuvo al esfuerzo y al aprendizaje constante como un horizonte claro y conciso que fue la brújula que guió su transitar en su trabajo gráfico.

 Las primeras historietas que ilustró y escribió fueron denominadas por él mismo como “trabajos para pucherear” o “tiros al aire para comer”. Esa lógica mental fue el motor que movilizó todos los movimientos estilísticos en sus primeros años de oficio: “El dibujante se cree un intelectual y no sabe que es un trabajador”. 

Guillermo Saccomano apuntaló la identidad proletaria de uno de los más grandes dibujantes de estas tierras con reconocimiento mundial: “Breccia se asumía, con una modestia un tanto sospechosa, como un laburante del tablero”.

En esa misma sintonía de pensamiento, Carlos Nine señaló en una entrevista realizada por mail, a Tito como un defensor del oficio de dibujante, tan menoscabado dentro del mundo de los “eruditos” del arte: “Él no tenía miedo de fracasar, porque no se consideraba artista.. El se veía a sí mismo como un trabajador. Los fracasos de los artistas son estrepitosos, los fracasos de los trabajadores, en cambio, pasan desapercibidos, no tienen sonido”. 




Horacio Lalia, alumno y ayudante de Breccia, rescató en una nota realizada en Moreno, la disciplina de una persona que entendió que el oficio era una herramienta para subsistir en un mundo hostil: “Era un tipo que tenía una conducta, un esfuerzo de trabajo que era permanente. Algo que aprendí de él es que el dibujo es un trabajo como cualquiera, que no es la bohemia de creer que uno hace las páginas que debe entregar a la editorial y después tirarse panza arriba a descansar. Todo lo contrario, hay que empezar a las ocho de la mañana y terminar a las seis de la tarde, porque es un laburo”. 




Breccia se obligó a resistir los tiempos de chapa y cartón, no dejó que lo tapara la inundación de mishiadura que recibía por parte de las editoriales que contrataban sus servicios como trabajador del lápiz. Nunca se cansó de repetir: “Para hacer historietas hay que estar dispuestos a sacar las tripas para afuera”. 

Sonia Olmo, hija de Irma Dariozzi de Breccia,la segunda esposa del dibujante, apuntó en su lucha incesante contra la adversidad como una convicción de vida: “Alberto era el mejor, porque nunca se rindió, porque nunca se vendió, porque eligió el camino de la dignidad y la entrega sin límites. Porque era una de las pocas personas capaces de decir lo que pensaba y hacer lo que decía. Un lema que lo definiría en toda su magnitud es: Voy hacia lo que no empezó, ¡ahí estoy esperándome! Era un buscador incansable, sin duda ese es su gran legado”.

 La humildad fue una de las cualidades de un historietista que se hizo a sí mismo mientras el género descubría que lo era. 

Su hija Patricia describió esa postura: “Fue el tipo menos “divo” que conocí en mi vida. Nunca se consideró un “artista”, y vaya si lo era. Fue un revolucionario del Arte. Un creador maravilloso. Considerado como uno de los más grandes dibujantes del mundo. Y, sin embargo, era un hombre tan humilde, tan sencillo. Generoso siempre con los otros”.

En sus primeros trabajos puede respirarse, a través de su trazo, una época en donde los editores abusan de los ilustradores y le niegan derechos de autor y derechos laborales, convirtiéndolos en sujetos sujetados. La resistencia, la lucha y la superación existencial son parte de su cosmovisión como trabajador y tiene su anclaje en esos incipientes años de oficio.






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