miércoles, 3 de enero de 2018

Breccia en Billiken



Por Pabla Ochoa


El año 1964 no solo fue la visita de The Beatles a Estados Unidos que los puso en foco en todo el mundo, esos tiempos de anocheceres agitados no eran fáciles para Alberto Breccia. El dibujante había terminado Mort Cinder, obra cumbre de la historieta mundial y decidió no hacer nada que tenga relación con las historias narradas en viñetas. 

Era zona de angustia, el sufrimiento lo rodeaba. Malamente alimentado y con la humillación de presentar un certificado de indigencia al Estado, porque él ganaba entonces 4.500 pesos a la semana y su mujer necesitaba 5.000 pesos diarios de remedios. No puede siquiera sentarse en el tablero a dibujar aventuras en cuadritos y es ahí donde grita desaforadamente: “se va a la puta madre que la parió la historieta”.

El cuerpo de la pobreza era moneda corriente en los días del dibujante.

 El instinto de supervivencia no se hizo esperar, comenzó a trabajar para la revista “Mis deberes” y para “Billiken”. Ilustro en esa instancia, distintas tapas, cuentos, posters desplegables y temas diversos. Todas esas changas lo llevaron a pagar el tratamiento de su primera esposa, Neli.



Se deja arrastrar por los impulsos que retuercen todas las muecas del alma. Su vida se desangra. Y Tito pensaba en voz alta: “Nunca aspiré a la guita, porque no creo que de la felicidad la plata. Por eso cuando a Neli le hacen las diálisis y vuelve cansada y se queda acostada casi un día, y después se siente bien, como nueva, porque le limpian la sangre., y sabe que dura poco y yo también lo sé, pero se queda con nuestros hijos a tomar mates y mirar televisión. Es ahí donde aprendo a valorar la felicidad” .


 Todo se convierte en nevada. Donde las langostas de la pobreza avanzan estratégicamente comiéndose a los hombres. Pese a la adversidad, ingresa a trabajar para la Editorial Difusión realizando ilustraciones y portadas para las diferentes colecciones de libros y revista de historieta. No está satisfecho con su labor, pero entiende que estar frente al tablero y no sometido bajo un patrón en una fábrica, es un tesoro invalorable; “El drama de todo dibujante es tener que ganarse la vida dibujando, eso lo sabe cualquier chico que comienza y lo sabe el profesional más viejo, porque el dibujo termina haciéndose oficio, que es lo que nunca debería hacerse. Por eso yo prefiero hacer una atrocidad como hago, aunque dibujando con honestidad. Yo no soy dibujante con vergüenza, por eso prefiero hacer estos trabajos, que me permiten vivir y hacer las cosas que pueden salvarme”.



Patricia Breccia, en una breve entrevista realizada por mail, describió esa instancia oscura de su padre como fundamental en ese desarrollo gráfico proletario: “Mi viejo puteaba muchas veces, pero hacer esto era su gran pasión. Era el dibujo; también ha hecho cosas para chicos y era hermoso y diferente. Eso era lo mágico de mi papá, lo que hacía lo hacía diferente a lo que se estaba haciendo en el momento. Siempre estaba un paso más allá del resto, gráficamente. Era un obrero que experimentaba con las técnicas. Tenía un bagaje infernal. Sabía muchísimo de historieta, de dibujo, de composición, de perspectiva. Era un erudito. Y, al mismo tiempo, la cosa proletaria de laburar con las manos, en las páginas, en el jardín, en la cocina. Siempre con las manos”.



Su vida corría cuesta abajo. Sin dormir, pero con los párpados cerrados, pensó en sí mismo. Se preguntó: “¿Seré capaz de soportar estos tremendos golpes?” Mientras la noche eterna lo devoraba todo a pasos agigantados, sólo le respondió un eco de desierto y aletazos de buitres.



Esos trabajos de ilustración para revistas escolares, le dieron la conciencia de “proletario del lápiz” y a partir de ahí comenzó a sentir de nuevo esas ganas de relacionarse nuevamente con la historieta y haría tres paginas formidables de una historieta unitaria con guión de Oesteherld, Richard Long, pero esa es otra historie(ta).




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