Por Pabla Ochoa
El año 1964 no solo fue la visita de The Beatles a Estados
Unidos que los puso en foco en todo el mundo, esos tiempos de anocheceres agitados
no eran fáciles para Alberto Breccia. El dibujante había terminado Mort Cinder,
obra cumbre de la historieta mundial y decidió no hacer nada que tenga relación
con las historias narradas en viñetas.
Era zona de angustia, el sufrimiento lo
rodeaba. Malamente alimentado y con la humillación de presentar un certificado
de indigencia al Estado, porque él ganaba entonces 4.500 pesos a la semana y su
mujer necesitaba 5.000 pesos diarios de remedios. No puede siquiera sentarse en
el tablero a dibujar aventuras en cuadritos y es ahí donde grita
desaforadamente: “se va a la puta madre que la parió la historieta”.
El cuerpo de la pobreza era moneda corriente en los días del
dibujante.
El instinto de
supervivencia no se hizo esperar, comenzó a trabajar para la revista “Mis
deberes” y para “Billiken”. Ilustro en esa instancia, distintas tapas, cuentos,
posters desplegables y temas diversos. Todas esas changas lo llevaron a pagar
el tratamiento de su primera esposa, Neli.
Se deja arrastrar por los impulsos que retuercen todas las
muecas del alma. Su vida se desangra. Y Tito pensaba en voz alta: “Nunca aspiré
a la guita, porque no creo que de la felicidad la plata. Por eso cuando a Neli
le hacen las diálisis y vuelve cansada y se queda acostada casi un día, y
después se siente bien, como nueva, porque le limpian la sangre., y sabe que
dura poco y yo también lo sé, pero se queda con nuestros hijos a tomar mates y
mirar televisión. Es ahí donde aprendo a valorar la felicidad” .
Patricia Breccia, en una breve entrevista realizada por
mail, describió esa instancia oscura de su padre como fundamental en ese
desarrollo gráfico proletario: “Mi viejo puteaba muchas veces, pero hacer esto
era su gran pasión. Era el dibujo; también ha hecho cosas para chicos y era
hermoso y diferente. Eso era lo mágico de mi papá, lo que hacía lo hacía
diferente a lo que se estaba haciendo en el momento. Siempre estaba un paso más
allá del resto, gráficamente. Era un obrero que experimentaba con las técnicas.
Tenía un bagaje infernal. Sabía muchísimo de historieta, de dibujo, de
composición, de perspectiva. Era un erudito. Y, al mismo tiempo, la cosa
proletaria de laburar con las manos, en las páginas, en el jardín, en la
cocina. Siempre con las manos”.
Su vida corría cuesta abajo. Sin dormir, pero con los
párpados cerrados, pensó en sí mismo. Se preguntó: “¿Seré capaz de soportar
estos tremendos golpes?” Mientras la noche eterna lo devoraba todo a pasos
agigantados, sólo le respondió un eco de desierto y aletazos de buitres.
Esos trabajos de ilustración para revistas escolares, le
dieron la conciencia de “proletario del lápiz” y a partir de ahí comenzó a
sentir de nuevo esas ganas de relacionarse nuevamente con la historieta y haría
tres paginas formidables de una historieta unitaria con guión de Oesteherld,
Richard Long, pero esa es otra historie(ta).
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